27/8/10

Variables de la soledad



El otro lado
Jorge Consiglio
Edhasa
2009





Como Eleanor Rigby, como las mujeres de los cuadros de Hopper, en este libro de cuentos hay personajes que están radicalmente solos. Hombres que viven en sórdidos hoteles y huéspedes de paso, enfermos y cuidadores de enfermos, asesinos, chorros y estafadores, gente que huye de un pasado que no se revela para abandonarse en un presente suspendido en la minuciosidad de las costumbres y los rituales cotidianos.


Consiglio hace experimentos con la condición humana, colocando a diferentes personajes en entornos o situaciones similares y observando detenidamente su comportamiento. Como en las funciones matemáticas, los relatos se construyen alrededor de una constante (un cuchillo como arma asesina, un hotel, ciertas coordenadas geográficas, la enfermedad, vecinas que inquietan del otro lado de la pared). Las variables entretejen sutilmente la trama, con una eficaz elección del narrador y del punto de vista, que permite un interesante juego de perspectivas. Si bien estos juegos ya se plantean en la primera mitad del libro (“La posibilidad de la derrota”), es en la segunda parte (“La verdad de los otros”) donde se desarrollan más explícitamente.


Después de muchos años, Julio vuelve al pueblo de su infancia para hacerse cargo de su madre hemipléjica, y lo que parece ser un trámite que hay que finiquitar podría convertirse en una opción de vida (“El regreso”). En el tríptico que configuran los tres cuentos finales se ensayan variaciones de este esquema argumental. Así, en el relato siguiente (“La virtud”), la que se ocupa de su madre inválida es Dora, una mujer rayando el final de su juventud. Aunque la mayoría de los cuentos tiene un final abierto, Dora podría estar recorriendo el camino inverso al de Julio. Si en “El regreso” la madre está impedida de hablar y un quejido puede insinuar su desaprobación, en “La virtud”, la lucidez de la madre permite desarrollar a través de los diálogos la tensión con la hija que se ha consagrado a su cuidado. El autor sitúa a ambas en un nudo de contradicciones que están implícitas en sus mínimos actos y en la cotidianeidad de sus palabras. Por debajo de la serena compostura de las dos mujeres está el juego perverso de la debilidad y la dominación, la generosidad del amor materno y el miedo al abandono, el deber, la virtud y los deseos de libertad.


En “El regreso” el narrador es Julio. “La virtud” se relata desde el punto de vista de Dora. En el cuento que sigue, “El teatro ajeno”, el punto de vista está centrado en el inválido. Perell es un hombre casado, con un hijo de siete años, que ha sufrido un ataque de hemiplejía. En los tres relatos, lo que ocurre del otro lado de la pared, en la casa vecina, ocupa cada vez más los pensamientos de los protagonistas. Es llamativo que en los cuentos que muestran la perspectiva de los personajes que cuidan a los enfermos, se repite el motivo de la vecina que baldea el patio, que se dedica a sus perros y a sus amantes. Lo que está del otro lado encarna el goce y la lujuria que los protagonistas no se permiten y que los desestabiliza. En el último cuento, en el que el punto de vista es el del inválido, el otro lado son dos hermanas viejas que se pelean a muerte y que constituyen casi el único pasatiempo al que se ha reducido la existencia del Perell: “No encuentra otra forma de asumir su invalidez. Para él ya no hay proyecto, todo es espera; visión del teatro fantástico que protagonizan los otros.” En este cuento, también la mitad muerta del cuerpo es el otro lado.


Hay dos relatos a cargo del narrador Araujo, que vive en el hotel Toledo, en La Plata: “La voz del interior” y “Los coristas”. Las referencias a su pasado son vagas, sugieren un clima, una forma de vida, una línea de acción, pero el texto prescinde de las explicaciones y nunca da cuenta del suceso mismo que desencadenó la situación actual de Araujo: “El primer paso que terminó llevándome a aquella noche lo había dado siete meses atrás cuando entré a La Plata como fugitivo. De Mar del Plata, había salido expulsado por el desencuentro con una mujer y por la indiscreción de un tipo que conocí en una mesa de punto y banca.” Incluso los personajes que interactúan con Araujo, como el administrador del hotel, se manejan con intuiciones e indicios. Todos hablan poco, lo mínimo indispensable. Nadie pregunta demasiado, todos aceptan la poca información que se les da. Este pacto entre los personajes también se establece con el lector, porque lo que saben ellos no lo saben a partir de las confidencias sino de la observación. En “Los Coristas”, el relato de Araujo sigue eludiendo la parte más comprometida de su historia y sólo deja ver una anécdota inofensiva de la secundaria. Este cuento incluye un minucioso estudio del administrador del hotel tomando un vaso de agua como uno de los más elocuentes ejemplos del lenguaje de los gestos que sostiene atinadamente el andamiaje del libro.


“La forma ingrata” pone en evidencia toda la potencia de los recursos de Consiglio para pintar el retrato de la inercia de la vida y la soledad suprema. Narrado en tercera persona, el punto de vista se mueve del interior al exterior del protagonista, Brennan. Y aun cuando se sitúa en su interior, la información es limitada y no accedemos a su plena conciencia: “Dejaba abierta en la memoria una vasta extensión que reservaba para las traiciones. Se repasaba la frente con la mano, medía la distancia que lo separaba de su destino. Pensaba cosas que no debía.”


Hay indicios acotados acerca del pasado del protagonista: viene de Trelew, tiene una hermana. Vive un tiempo en un hotel de Buenos Aires, después se muda a un departamento en Avellaneda. En la conversación entre él y Gurvich, el conocido de la hermana de Brennan que le consigue un trabajo en una arenera, sólo se describen los gestos para sugerir lo que se habla, pero lo que se dice se suprime, como cuando se mira una conversación del otro lado de un vidrio. Incluso Gurvich parece sugerir esto cuando observa al protagonista trabajar con la cara pegada a la ventana de la oficina “como si en él pudiera rastrear el enigma que su hermana, unos años atrás, había dejado planteado”. En otro momento del relato, se describe la longitud de la carta que le llegó a Brennan de Trelew, cuántas veces la lee, sus gestos cuando termina de hacerlo, el desasosiego posterior. Pero nunca se revela su contenido. Poco después, el protagonista se llama a sí mismo “cobarde” e incluso inaugura el motivo de escuchar lo que sucede del otro lado de la pared, mucho más desarrollado en los tres relatos finales. Sabemos del desasosiego de Brennan, pero no su motivo.


A lo largo del libro, la mayoría de los personajes huyen de algo que no se precisa y no se plantean sus motivaciones internas. Consiglio juega sagazmente con la elipsis y la intención de desorientar. En “Mi amigo el árabe”, después de una breve introducción que aparentemente no tiene ninguna relación con lo que se va a contar (el recuerdo de la sabiduría de una vieja que decía que la fruta debe comerse sin pelar), el relato se detiene en el cuchillo con que el narrador-protagonista pela la fruta y que será utilizado poco después como arma mortal. Se omite el momento en que se clava el cuchillo en el cuerpo de la víctima, pero se describe minuciosamente la consecuencia de esa acción, diseccionando cada parte de la película que parece avanzar cuadro por cuadro, como si el narrador se deslindara de lo que acaba de ocurrir. Todo el cuento se construye alrededor de la elipsis, describiendo los gestos y movimientos que rodean lo que no se cuenta. Los motivos parecen anecdóticos, no tienen ningún interés para el relato, que más bien privilegia el hecho estético: “caigo en la cuenta de la habilidad y de la enorme sutileza que me convierten en un prolijo asesino.”


Consiglio compone el enigma de sus personajes mediante una impecable narrativa de insinuación. Los cuentos de El otro lado retratan el antes o el después de un acto decisivo, el vacío y la inercia que hay de un lado y otro de la huida. Los pequeños actos que llenan el día se describen como si la vida se consumiera sólo en eso, y ninguna otra cosa (la posibilidad del amor, por ejemplo) pudiera remediarlo.


Silvia López