Cuentas Pendientes
Martín Kohan
Anagrama
2010
1
Tengo para mí que la escritura de Martín Kohan es de una perversidad a simple vista insospechada: sus estrategias y procedimientos son las propias de los cautos, del relato policial que tienta al lector y lo deja, obra justamente de un giro perverso, empantanado en su conciencia.
2
Su última novela, Cuentas pendientes, es movimiento puro: se pasa de la historia del que creemos un pobre tipo -Giménez- a la del Dueño de su departamento (un joven autor de novelas) variando el foco, el tono y la voz de la narración con sumo tacto y naturalidad. Los capítulos no aparecen así forzados y menos aún el cambio de protagonistas, ya que esas cuentas pendientes que menciona el título traman la historia y los vínculos que por ella se extienden: cuentas pendientes son las que generan esa especial relación inquilino – dueño como también las que atan a Giménez al pasado. Lo pendiente, entonces, como génesis de vínculos, perturbadores todos ellos: surgimiento de la dialéctica del amo y el esclavo con distintos matices según el caso y la deuda, dependencia del tiempo y los otros.
3
Los diferentes artículos publicados hasta la fecha sobre esta novela (entrevistas, reseñas, comentarios) hacen especial hincapié en el componente humorístico presente en su construcción. Vale. Pero este elemento, sin duda esencial, está subordinado de modo difuso a un denso ruido de fondo. Es allí donde la escritura perversa de Kohan hace de esta obra una gran obra: cómo, a través de la narración de las desgracias de Giménez, provoca en el lector cierto grado de identificación y sorna para quien es en el fondo parte y resto del mecanismo oscuro del Terrorismo de Estado de la última dictadura militar: la apropiación de bebés y ciertas cosas apenas insinuadas forman parte de su biografía velada. Ese ruido se cierne omnipresente sobre la historia (no inocentemente situada en los noventa), y se materializa en distintos emergentes desparramados a lo largo del texto: la voz de la radio, el análisis de los periódicos, el discurso de Vilanova, el exabrupto de Juan Carlos, las respuestas dóciles pero resentidas de Lito Giménez. El humor está, claro, pero para hacer más duro el cross al inocente lector.
4
La galería de personajes que desfila por Cuentas pendientes parece salida de inolvidables mediocres aparentes: Lito Giménez y Vilanova reproducen aquella siniestra relación Villa – Villalba de la novela de Gusmán, la variación del retrato de Juan Carlos a partir del incidente familiar recuerdan a su homónimo de Boquitas pintadas. Hasta la misma pija de Lito enarbola al igual que Bartleby la resistencia pasiva, y parece actuar según sus propios principios revelando sólo su existencia cuando está frente a la cuñada inválida, Doña Irma.
Los dos protagonistas de la novela, Giménez y el Dueño, son, pese a la distancia en que se posicionan, bastante similares: pobres tipos ambos, sumidos en tortuosos monólogos interiores fruto de la vida que sus relaciones personales le imponen. La desgracia será así el hilo que recorra toda la novela y, si en un principio es sumamente chistosa al ensañarse con Giménez, luego toma otro cariz al ser la voz del dueño quien (se) narre. Con este cambio de óptica, además, se invierte la fuerza y estatura de los personajes: Giménez pasa de ser el objeto sobre el que recae toda maldición a dirigir el diálogo con el Dueño, quien a partir de aquí deja de lado su astucia e imaginería para caer él también vencido ante la evidencia y el fracaso.
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Cuentas pendientes es una novela necesaria que sólo el tiempo podía permitir: la distancia cronológica de la última dictadura se manifiesta en la entrada del humor a la narración del horror, sin que ésta pierda fuerza y efecto. Todo lo contario: la refuerza y la dota de nuevos alcances, evitando con ello la fórmula y la tranquilidad de la conciencia del lector.
Joaquín Correa