5/9/10

Gamerristas de Gamerro




La aventura de los bustos de Eva
Carlos Gamerro
Norma
2009





Publicada originalmente en 2004, La aventura de los bustos de Eva de Carlos Gamerro es una de las mejores novelas de la década que pasó. Tiene, para empezar, todo lo que la mejor literatura suele tener: humor, estilo, metaliteratura, reflexión histórica, múltiples sentidos, un protagonista inolvidable. Es, además, parte del proyecto novelístico de Gamerro, ambicioso y de alto contenido político, que incluye hasta hoy otras tres novelas: El sueño del señor juez, Las Islas y El secreto y las voces. Su labor como traductor, guionista, ensayista y cuentista, entre otras actividades, resulta también más que destacable.


En La aventura..., Gamerro nos sitúa primero en el tiempo presente del tragicómico héroe Ernesto Marroné (empleado de una empresa que vive en un country, a principios de los noventa o apenas antes), para llevarnos luego a los años de los ideales, de la revolución y de los Montoneros. Cuando la agrupación secuestra al presidente de la compañía, envía como prueba el tristemente célebre dedo índice del señor Tamerlán y exige la colocación de bustos de Eva Perón en cada oficina del edificio, comienza una verdadera odisea para Marroné, que será el encargado de conseguirlos. De origen humilde, Marroné ha sido criado por una familia acomodada y ha cursado el secundario en el colegio Saint Andrews (como el propio Gamerro, para caer un poco en el biografismo). Su apellido –convenientemente afrancesado– alude en parte al color de su piel y en parte a una de las tantas formas que tenemos en la Argentina de decir “culo”, así como su nombre remite al Che Guevara, que no es ni más ni menos que el disparador de “la película de su pasado rebelde” (“Cómo me hice guerrillero” podría ser un título alternativo para la novela, a lo Aira, con el que la poética de Gamerro y esta novela tienen más de un punto común), que en una noche de insomnio se proyecta ante sus ojos, como si el pobre Marroné estuviera a punto de morir ahogado (y de alguna manera lo está). Esa tarea lo llevará a la yesería Sansimón, en la que lo sorprenderá una toma obrera y donde se verá forzado tangueramente a enfrentarse con su vida a través de una serie de peripecias delirantes pero profundamente significativas.


Tironeado entonces entre su crianza y su origen, deberá actuar. ¿Cómo lo hará? Recurriendo, básicamente, a libros de “gestión empresarial”, esos textos-guía sobre el éxito en los negocios que son el verdadero centro y corazón de la novela, la parodia quijotesca modernizada. De hecho, la novela de Cervantes aparece tomada en solfa a través del genial Don Quijote, el ejecutivo andante, y la obra del bardo de Avon se cuela por medio de la genial reinterpretación Shakespeare the Businessman, en un pasaje del que merece citarse al menos una parte:


De Hamlet por ejemplo se podía aprender a no dilatar la toma de decisiones en interminables e infructuosas deliberaciones; de El mercader de Venecia, a leer con atención la letra chica del contrato, sobre todo cuando se trata del financiamiento del capital de riesgo; (...) El rey Lear alertaba sobre el peligro de repartir una gran empresa familiar entre los herederos, de premiar a los obsecuentes y a castigar a los críticos y, sobre todo, de postergar hasta último momento el nombramiento de un sucesor y luego hacerlo caprichosa e impulsivamente; Romeo y Julieta, sobre las consecuencias a veces trágicas de las fallas de comunicación en la empresa.


El trabajo sobre este género primo hermano de la autoayuda es constante en la novela y se constituye en una de las tantas formas que tiene Gamerro de elaborar el lenguaje y los lenguajes de la novela. Obviamente, se harán presentes también el acervo verbal del peronismo y de los peronistas, los lugares comunes de la oratoria popular, las frases hechas de la jerga revolucionaria. Literatura y lenguaje son a la vez, pues, protagonistas de la novela de Gamerro, y se pueden establecer relaciones bastante claras e interesantes con dos novelistas de su generación, como son Pablo De Santis (sobre todo en la condensación y en la profundidad logradas) y Martín Kohan (sobre todo en el tratamiento del relato como acumulación de escenas significativas e inolvidables). Y hay además un homenaje hasta cierto punto velado a Ricardo Piglia, padre (o más bien tío) de esa generación de escritores, en la utilización de algunos personajes de Plata quemada que se cruzan con Marroné.


Se podría decir mucho más pero no queda, en verdad, sino recomendar la lectura de esta novela impecable, imprescindible, impactante, en la que se destacan la puesta en página de una argentinidad bien entendida y el posicionamiento de la literatura como medio para tratar de aprehender la realidad.


Hernán Martignone