24/4/10

Leyendo Plutón canta


plutón canta

Cecilia Eraso
Editorial Funesiana
2010

Plutón fue el último de los planetas en sumarse a la carta natal. (…) Simboliza la muerte o la transformación. Plutón surgió a la luz con la energía nuclear y asimismo tiene ese extraño poder de sanarnos o matarnos.


La influencia de plutón en la carta natal y en la revolución solar, Rachel Holway


En los poemas que forman el primer libro de Cecilia Eraso, publicado por editorial Funesiana, Plutón canta, un planeta, o planetoide, una secuencia secreta que sugiere destinos prefijados, interactúa con los objetos y percepciones cotidianas que parecen estar “dadas” mientras la escucha de la poeta intenta descifrar un código posible. En estos poemas hay un saber ajeno: alguien que dice, voces superiores, extrañas o externas, y el yo -que parece ocultarse por momentos- sugiere un recorrido astral que, como el verso, como el poema, dibuja en el “blanco un espacio, una órbita”. Ese “yo” se conjuga en femenino y discute con lo que no tiene, poniendo fuera de sí esas cosas que quiere enterrar o invocar, en dimensiones galácticas, insurgentes y poderosas, “plutón decreta y habrá que acatar mandato”, anuncia.


La batalla, la ira y la desmesura se acomodan, sin embargo, en versos melodiosos que buscan la armonía que no se manifiesta. La palabra clave es “todavía”. Aún no es momento, aún no estalla “no se salen los planetas de su órbita, / todavía eterno y creado es nuestro tiempo” pero la inquietud avecina la descarga.



Hay una búsqueda, ya clausurada, por la respuesta que se sabe imposible. Es por eso que el destino, lo ya escrito, podría ser remanso si se descubriera pero en esta angustia contenida saber leer los signos no calma. Los augurios están ahí sin manifestar el camino. No pueden decodificar lo que acontece, dicen demasiado y pierden su capacidad traductora: “(…) en la noche de las predicciones todos son / símbolos locuaces”.


La debilidad, el llanto, es manantial para la palabra iracunda, para los golpes hay trapos que frenan el sonido. Estos versos potentes y enojados contienen la violencia en un estado previo al estallido: “(…) como si existiera/ un cajoncito en que habita la cordura / y, de pronto, se rompiera.” Revelan la normalidad con extrañeza, esa rutina que nunca llega a ser cuerda, que acumula gestos típicos, “esta tierra disruptiva que no sale de su asombro”, y se pregunta por el futuro de “los eternos previsibles en que estamos convertidos”. Continuidad, repetición, finitud y eternidad. Grandes temas que crecen desde lo microcósmico. Plutón rige la mirada de ella en la pantalla. El universo corresponde a la experiencia personal que es inmensa en su pequeñez.



La casa propia debería ser refugio “contra el mundo” pero ya no lo es, es espacio poroso en el que los vecinos ingresan, tocan el cuerpo de la mujer, molestan, agreden, escupen. Es lo dado que atenta contra los “ensueños / vaporosos” y los denuncia, los cierra y desarma. Dice el poema: “no será lo que soñaste la avenida en esos sueños / prolongados de montañas y flotando en este limbo”. Hay un afuera constante de ruidos e interrupciones que lleva a la voz poética a espiar desde un fondo denso a punto de violentarse, pero contenido, expectante. El yo reacciona aumentando la incógnita y reconcentra en lo íntimo la soledad y la sorpresa. “¿qué es lo que esta circunstancia guaraní / quiere de mí?”. ¿Qué es el afuera? Un espacio natural ya perdido en el pasado o en el ensueño y “dominada por la mano siempre insatisfecha, / una naturaleza menos generosa” rodea los sonidos rítmicos del pensamiento. Lo sensorial aparece en los versos, en su adjetivación, en el sonido que enlaza encabalgamientos con suavidad. Versos que cuentan la ruptura y acunan armonía en su fraseo hacen en el poema una repetición de aquello de lo que se habla. Tal vez allí esté la apuesta al sentido escurridizo del destino.



El gerundio insiste en retratar la incertidumbre voluntariosa: “yo sin creer en nada y queriendo/ demostrarle al mundo médico lo mío es / incurable, es un caso de ratones”. Es la oscilación entre el escape y la inmersión, conectarse oyendo lo otro que se cuela en la pantalla, en la ventana, en el papel, como “un ruido en la oreja, ¿un poema, / cada uno de estos silbidos culebreando / adentro, cada uno de los que están afuera”. La oscilación disuelve adentro y afuera imprimiendo en el verso las percepciones aunadas. La contención de la emoción finalmente ordena al mundo con parsimonia y delicadeza, el ímpetu desea convertirse en fogonazo del recuerdo. Ahí nos dejan los poemas, en un borde, “en la fatalidad, que nunca es objetiva / sino una forma de experimentar el filo”.


Inés de Mendonça