29/4/09

Sobre Nadie sabe adónde va la noche



Nadie sabe adónde va la noche

Beatriz Vignoli

(nouvelle)

Bajo la luna,

2007





Con el pretexto de que lo único que importa es la belleza, un profesor de literatura inglesa de la Universidad Nazi-onal de Atopia, recientemente divorciado, sale a la deriva a buscar una mujer. La acción transcurre en una noche en la que Ricardo Rojas comprende que a quien verdaderamente busca es, nada más ni nada menos, que a la mujer de su vida.

La autora presenta al narrador como amigo suyo, iniciando una puesta en abismo en la que B. V. juega el rol de un personaje más, a quien Rojas le ha encargado el prólogo de la nouvelle que estamos a punto de leer. La apuesta a desestabilizar al lector es aun mayor: el prólogo, redactado en Atopia, es inédito, y como si pretendiera desentenderse de su propio texto, B. V. habla de la nouvelle de su amigo como una obra menor pero sanamente honesta, lo acusa de plagiarla a ella e interviene con frecuencia mediante notas a pie de página, corrigiéndolo u opinando sobre lo que el narrador cuenta. Esta manera de desacralizar la propia escritura comparte el humor auto despreciativo de Rojas, uno de esos narradores con voz molesta y aires de superioridad que siempre son bienvenidos para revolver el avispero de la literatura. En el fondo, el protagonista es un megalómano desencantado: Dicks Redds quiere ser una leyenda. La construyo con mentiras basadas en relatos que saco de la Biblia. Es capaz de ver en su hijo el perfil de Alejandro Magno y lamentarse de que no gobierne el mundo porque no le dan un lugar.

¿Cómo se hace para no estar en ninguna parte? se pregunta Rojas, a punto de recorrer la noche, y más tarde envidia el poder de síntesis de una frase que escucha en los parlantes de un boliche: I´m not here. Porque es precisamente el no lugar, el vacío, uno de los hilos conductores de la nouvelle, y por si no nos quedara claro, también el escenario de la acción: Atopia, la inverosímil, donde los mozos y las floristas callejeras estudiaron literatura inglesa y los taxistas saben lo que es un perverso polimorfo. Nada es lo que aparenta ser, incluso la búsqueda del protagonista podría ser de algo más absoluto aun, donde todo se funde: la mujer de su vida en la madre o, hiperbólicamente, en la madre de todos, la madre de Dios. No es casual que la nouvelle comience por el recuerdo del féretro que se lleva a la madre de Rojas y termine con un sueño que evoca el despertar erótico del niño a babuchas de ella, mientras los dos contemplan una imagen de la Virgen María, que en hebreo se llama Miriam, como la mujer que él salió a buscar en la noche del relato.

Hay una verdadera profusión de chistes, a veces eruditos, casi siempre ineficaces. ¿Por qué esa constante preocupación por ser brillante e ingenioso? Fanny se rió, más por indicar el chiste que porque le hubiera causado gracia. Ningún personaje está convencido de tener gracia; todo lo que hacen es fingido, y ése es su verdadero drama. Eran mis chistes de cocaína, mis chistes de una frustración acumulada, dice Ricardo Rojas, cuyo nombre también es parte de esa farsa triste. La acción de esa noche de viernes se diluye en un puro juego de palabras en el que el ingenio es estéril, como si todo el mundo tuviera pudor de caer en el melodrama de la pena o del amor perdido. Sólo en los capítulos finales, a partir del encuentro con la prostituta, esa arrogancia del lenguaje se quiebra, y se puede acompañar al protagonista en el placer desesperado de su abandono: Le hice abrir las piernas y postrándome a sus pies dejé jugar mi lengua en su sexo, vuelta órgano edénico de puro placer, mi lengua al fin liberada del lenguaje, al fin perdida en las playas de su vulva sólida y salada con gusto a cosas del mar. Porque Rojas intuye que el lenguaje es un chiste patético, como lo sabía Flaubert: La palabra humana es como una pava rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas.

Los momentos más lacerantes del humor son aquellos en los que la desesperación es palpable, esa desesperación que linda con la carcajada, como en el encuentro con la prostituta, cuando ésta interrumpe con frases banales, de su oficio, la sublimación del amor perdido. La caída, el abandono, lo desgarrador del amor y del tiempo, temas anteriormente tocados por la autora en un registro trágico, son tomados a la ligera por su heterónimo, como una parodia de B. V., como su “obra menor”, bajo una máscara masculina convincente. Y esos chistes demasiado ingeniosos para tener gracia recorren la nouvelle como exorcismo de la pena y el dolor, con la desesperación que transita las verdaderas comedias. Como todos sabemos, la única risa auténtica surge de la desesperación, escribió Groucho Marx en su correspondencia.

Desacreditada por la opinión moderna (nos dice Roland Barthes en sus “Fragmentos de un discurso amoroso”), la sentimentalidad del amor debe ser asumida por el sujeto amoroso como una fuerte transgresión, que lo deja solo y expuesto; por una inversión de valores, es pues esta sentimentalidad lo que constituye hoy lo obsceno del amor.

Bajo una apariencia de transgresión, esta nouvelle de Beatriz Vignoli visita los tópicos literarios de una noche de excesos. A veces da la impresión de que intenta escandalizar en el lugar apropiado, como el rock, que afortunadamente también le gusta a su protagonista, así como le interesa todo lo grandioso, la Biblia o Shakespeare. Pero si hay algo a lo que su discurso se opone es a lo obsceno de la sentimentalidad. Por supuesto que no iba a llorar (dice Ricardo Rojas). Las lágrimas estaban en una recámara de mi mente a la que yo tenía acceso de “sólo lectura”.

Silvia López