Pueblo de Agua
Pablo Queralt
Alción Editora, 2007
Los neurobiólogos señalan que para comprender las bases celulares y moleculares de la memoria es fundamental dilucidar sus mecanismos de persistencia y evocación. Si se busca “memory retrieval” en las bases bibliográficas, aparecen más de seis mil citas sobre el tema. Hay de todo un poco, desde la descripción de cómo declina la memoria en los pacientes con Alzheimer hasta ratones que recorren laberintos o reciben descargas eléctricas al bajar de una plataforma, en combinación con drogas amnésicas suministradas a través de incrustaciones en el cerebro. Parece ser que cuando se evoca, la memoria es susceptible a los cambios y que la emoción influye tanto en este proceso como en el momento inicial de su “grabación”.
¿Hasta qué punto lo que se recuerda es lo que verdaderamente fue? ¿Qué es más verdadero: lo que fue o lo que se recuerda? Este es uno de los puntos centrales de la poética proustiana, en la que abrevan, también, estos poemas de Pablo Queralt. Podría decirse que se trata de dos largos poemas, en los que todo fluye como un continuum: “La casa” y “Pueblo de agua”. En el primero, un pájaro que entra por error en el living, abre paso a la evocación de la casa, que trasciende al espacio que esa casa concreta podría haber ocupado en la verdad objetiva, científica, del hecho autobiográfico, ya que aquí se está lidiando con la verdad evanescente de la poesía. El que recuerda se funde con el pájaro, que al fin:
encontró su salida
como un ángel malhumorado
se entretiene
con palabras que se pierden de tristeza
Pero ese pájaro nunca se va realmente del libro, también aparece una y otra vez en la segunda parte, que comienza con la evocación de un pueblo de veraneo, en las sierras, el “Pueblo de Agua”:
ese pájaro y yo bebemos la misma agua de este pueblo
somos agua del mismo pueblo que llevamos [...]
uno vuela más que el otro y así es pero el más pájaro
atraviesa este cielo
este pueblo de agua
por las aguas
Como si ese pájaro simbolizara un emisario que sale indemne de todo lo falso o verdadero que pueda tener la memoria y trajera las noticias del pasado. Porque el pasado es noticia, ya que en el momento de la experiencia no se estaba preparado para comprenderla cabalmente:
y salta, salta
lo que recuerdo perdido
en lo que acaba de nacer
La poesía intenta descifrar la experiencia. Los detalles, antes soslayados, se vuelven preciosos, casi una cuestión vital, a la hora de enunciarlos. El hecho de poetizarlos se vuelve una especie de acto de contrición en el que se le pide perdón a las cosas por no haberlas comprendido:
las palabras sobre las cosas
en su pasaje a lo abstracto de la cosa
que baila y vuelve
a bailar y
brilla en rincones
de la casa
que antes no miré
cuando pasaba por el pasillo
en el final del silbido
En la primera parte, las ventanas y las puertas cumplen una función central. Por la ventana entra el pájaro, pero también, visiones emblemáticas, personajes que enhebran una evocación alucinada, a partir de la que se puede comprender esa verdad que en el momento mismo de la experiencia no se fue capaz de entrever:
y ese rengo que pasaba todas las tardes
antes de oscurecer
caramelitos daba
el viejo indecente le decían por amar por la ventana [...]
el aparecer de ciertas formas de ternura
adaptándose a la vida que le toca
Las ventanas y las puertas dan paso a otros planos de la evocación, como portales a otras dimensiones en el tiempo y en el espacio:
a puerta cerrada puerta abierta
y en ella una estación donde emerjo
en el coral de la tarde
Esa tensión entre el tiempo evocado, el tiempo de evocación y la fusión de los espacios recorre todo el libro, hasta el punto que se desdibujan los contornos. Decía Pessoa: “El sensacionismo... pretende realizar en el arte la descomposición de la realidad en sus elementos geométricos psíquicos... El interseccionismo [es] el sensacionismo que toma consciencia del hecho de que toda sensación es en realidad una mezcla de muchas sensaciones...” Por momentos, el discurso recuerda el procedimiento interseccionista:
habrá que ir hasta la pieza del fondo a sacar el arco iris
el agua de esta angustia de cielo que
vuelve
con su certeza
Incluso el título de este libro podría ser interseccionista: el agua que penetra al pueblo, que se funde con él, como dos dimensiones entrelazadas, cuya constante es el tiempo. Así, personajes, paisajes, cuartos, sabores y colores, extraídos probablemente del recuerdo infantil y juvenil, se confunden en esa casa y ese pueblo fantasmales. La memoria se abre paso mediante la asociación de ideas, celebrando una infancia idealizada:
sigo en el bondi (con el pullover amarillo atado
con un nudo en el cuello)
entre mi pueblo y mi ciudad y las otras
intermedias y con lo que voy dejando
hago la fábula, mi pequeña historia
en ese neoparaíso de la niñez que Cézanne pintó
en mi sueño, nuestros detritus como detritus del
día eran dulces
mermeladas de sierras de San Marcos
que la anciana revolvía en el allá de la olla
Como una Molly Bloom proustiana, la memoria parece entrar en éxtasis en aquellos momentos en que el fluir de la conciencia es extremo, cuando el discurso se vuelve ininterrumpido y pierde todo control sintáctico:
resaltos del agua corrientes donde fluíamos en las intensidades de luz hacia la foto guardada en la sombra de la cabeza tendemos el anzuelo hacia esas fracciones de pasado depositadas en esas ollas de agua de lluvia arriba en las cumbres donde el sol nos toca con su mano brillo brillo y aire los pies en el agua verde azul hasta enloquecer casi o creo hacer jueguitos con el agua con mis pies
Esas aguas que inundan el pueblo tienen que ver con la clarividencia casi insana y el sentido de epifanía que está en la razón de ser de la poesía:
cuando las aguas están quietas de tan cristalinas
en el azul veo mi nacimiento mis brazos, mi cabeza
saliendo de la gran caverna vulvar
asisto soy testigo de la bendición de esa felicidad
Los personajes se evocan a veces con nombres propios, como si el nombre pudiera fijar algo de ese pasado añorado que se escurre. Incluso los lugares y los elementos de la cultura popular que marcaron una época se vuelven parte de una mitología, como una manera de sacralizar el recuerdo:
Eolo se baña en el río Cosquín entre las nereidas
Y yo nado con Raulito Gustavo Hilda...
[...] para cruzar las aguas
donde se baña Circe desnuda con jabón cadum
O los discos de elvis, nombrados junto al canto de los pájaros, un elvis en minúscula, como si se hubiera cosificado también, fundido con las partes de la casa que se evoca, donde también se funden los sentidos a través de la sinestesia, la casa que la poesía erige como monumento del pasado que intenta recuperar:
y en otra habitación
la pieza del tío
su canario azul, el amarillo
inicia un canto naranja
en la jaulita las palabras y el alpiste
para que trinen
su canto y los discos de elvis
Sin embargo, el poeta sospecha que todo puede ser un espejismo, intuye las trampas de la evocación:
aérea memoria, tu relato
¿pero estás en el relato o en la corrección
del relato?
Pero aunque todo fuera un engaño, lo único que vive es el pasado:
y en la melodía de la tierra y el aire me deslizo
rimado por el ritmo del agua
lo único que vive
Su vida es latente, como la de la semilla, y el momento de germinar (de resignificarlo) llega con la madurez de la palabra, cuya tarea nunca se puede completar:
lugares predilectos de las primeras casas [...]
guardados gota a gota
finamente guardados en tu mente que recuerda.
prenden como gajos [...]
donde pica la palabra sembrada
como trigo
como aire de la casa
porque hago la casa cada día.
Si Proteo cambiaba constantemente de forma para evitar que los mortales le preguntaran sobre el futuro, esta entrega de Pablo Queralt demuestra, prescindiendo del método científico, que la memoria es plástica como ese dios del mar y que la poesía puede convertirse en la casa del pasado, un lugar que el poeta puede habitar en completa felicidad.
Pablo Queralt
Alción Editora, 2007
Los neurobiólogos señalan que para comprender las bases celulares y moleculares de la memoria es fundamental dilucidar sus mecanismos de persistencia y evocación. Si se busca “memory retrieval” en las bases bibliográficas, aparecen más de seis mil citas sobre el tema. Hay de todo un poco, desde la descripción de cómo declina la memoria en los pacientes con Alzheimer hasta ratones que recorren laberintos o reciben descargas eléctricas al bajar de una plataforma, en combinación con drogas amnésicas suministradas a través de incrustaciones en el cerebro. Parece ser que cuando se evoca, la memoria es susceptible a los cambios y que la emoción influye tanto en este proceso como en el momento inicial de su “grabación”.
¿Hasta qué punto lo que se recuerda es lo que verdaderamente fue? ¿Qué es más verdadero: lo que fue o lo que se recuerda? Este es uno de los puntos centrales de la poética proustiana, en la que abrevan, también, estos poemas de Pablo Queralt. Podría decirse que se trata de dos largos poemas, en los que todo fluye como un continuum: “La casa” y “Pueblo de agua”. En el primero, un pájaro que entra por error en el living, abre paso a la evocación de la casa, que trasciende al espacio que esa casa concreta podría haber ocupado en la verdad objetiva, científica, del hecho autobiográfico, ya que aquí se está lidiando con la verdad evanescente de la poesía. El que recuerda se funde con el pájaro, que al fin:
encontró su salida
como un ángel malhumorado
se entretiene
con palabras que se pierden de tristeza
Pero ese pájaro nunca se va realmente del libro, también aparece una y otra vez en la segunda parte, que comienza con la evocación de un pueblo de veraneo, en las sierras, el “Pueblo de Agua”:
ese pájaro y yo bebemos la misma agua de este pueblo
somos agua del mismo pueblo que llevamos [...]
uno vuela más que el otro y así es pero el más pájaro
atraviesa este cielo
este pueblo de agua
por las aguas
Como si ese pájaro simbolizara un emisario que sale indemne de todo lo falso o verdadero que pueda tener la memoria y trajera las noticias del pasado. Porque el pasado es noticia, ya que en el momento de la experiencia no se estaba preparado para comprenderla cabalmente:
y salta, salta
lo que recuerdo perdido
en lo que acaba de nacer
La poesía intenta descifrar la experiencia. Los detalles, antes soslayados, se vuelven preciosos, casi una cuestión vital, a la hora de enunciarlos. El hecho de poetizarlos se vuelve una especie de acto de contrición en el que se le pide perdón a las cosas por no haberlas comprendido:
las palabras sobre las cosas
en su pasaje a lo abstracto de la cosa
que baila y vuelve
a bailar y
brilla en rincones
de la casa
que antes no miré
cuando pasaba por el pasillo
en el final del silbido
En la primera parte, las ventanas y las puertas cumplen una función central. Por la ventana entra el pájaro, pero también, visiones emblemáticas, personajes que enhebran una evocación alucinada, a partir de la que se puede comprender esa verdad que en el momento mismo de la experiencia no se fue capaz de entrever:
y ese rengo que pasaba todas las tardes
antes de oscurecer
caramelitos daba
el viejo indecente le decían por amar por la ventana [...]
el aparecer de ciertas formas de ternura
adaptándose a la vida que le toca
Las ventanas y las puertas dan paso a otros planos de la evocación, como portales a otras dimensiones en el tiempo y en el espacio:
a puerta cerrada puerta abierta
y en ella una estación donde emerjo
en el coral de la tarde
Esa tensión entre el tiempo evocado, el tiempo de evocación y la fusión de los espacios recorre todo el libro, hasta el punto que se desdibujan los contornos. Decía Pessoa: “El sensacionismo... pretende realizar en el arte la descomposición de la realidad en sus elementos geométricos psíquicos... El interseccionismo [es] el sensacionismo que toma consciencia del hecho de que toda sensación es en realidad una mezcla de muchas sensaciones...” Por momentos, el discurso recuerda el procedimiento interseccionista:
habrá que ir hasta la pieza del fondo a sacar el arco iris
el agua de esta angustia de cielo que
vuelve
con su certeza
Incluso el título de este libro podría ser interseccionista: el agua que penetra al pueblo, que se funde con él, como dos dimensiones entrelazadas, cuya constante es el tiempo. Así, personajes, paisajes, cuartos, sabores y colores, extraídos probablemente del recuerdo infantil y juvenil, se confunden en esa casa y ese pueblo fantasmales. La memoria se abre paso mediante la asociación de ideas, celebrando una infancia idealizada:
sigo en el bondi (con el pullover amarillo atado
con un nudo en el cuello)
entre mi pueblo y mi ciudad y las otras
intermedias y con lo que voy dejando
hago la fábula, mi pequeña historia
en ese neoparaíso de la niñez que Cézanne pintó
en mi sueño, nuestros detritus como detritus del
día eran dulces
mermeladas de sierras de San Marcos
que la anciana revolvía en el allá de la olla
Como una Molly Bloom proustiana, la memoria parece entrar en éxtasis en aquellos momentos en que el fluir de la conciencia es extremo, cuando el discurso se vuelve ininterrumpido y pierde todo control sintáctico:
resaltos del agua corrientes donde fluíamos en las intensidades de luz hacia la foto guardada en la sombra de la cabeza tendemos el anzuelo hacia esas fracciones de pasado depositadas en esas ollas de agua de lluvia arriba en las cumbres donde el sol nos toca con su mano brillo brillo y aire los pies en el agua verde azul hasta enloquecer casi o creo hacer jueguitos con el agua con mis pies
Esas aguas que inundan el pueblo tienen que ver con la clarividencia casi insana y el sentido de epifanía que está en la razón de ser de la poesía:
cuando las aguas están quietas de tan cristalinas
en el azul veo mi nacimiento mis brazos, mi cabeza
saliendo de la gran caverna vulvar
asisto soy testigo de la bendición de esa felicidad
Los personajes se evocan a veces con nombres propios, como si el nombre pudiera fijar algo de ese pasado añorado que se escurre. Incluso los lugares y los elementos de la cultura popular que marcaron una época se vuelven parte de una mitología, como una manera de sacralizar el recuerdo:
Eolo se baña en el río Cosquín entre las nereidas
Y yo nado con Raulito Gustavo Hilda...
[...] para cruzar las aguas
donde se baña Circe desnuda con jabón cadum
O los discos de elvis, nombrados junto al canto de los pájaros, un elvis en minúscula, como si se hubiera cosificado también, fundido con las partes de la casa que se evoca, donde también se funden los sentidos a través de la sinestesia, la casa que la poesía erige como monumento del pasado que intenta recuperar:
y en otra habitación
la pieza del tío
su canario azul, el amarillo
inicia un canto naranja
en la jaulita las palabras y el alpiste
para que trinen
su canto y los discos de elvis
Sin embargo, el poeta sospecha que todo puede ser un espejismo, intuye las trampas de la evocación:
aérea memoria, tu relato
¿pero estás en el relato o en la corrección
del relato?
Pero aunque todo fuera un engaño, lo único que vive es el pasado:
y en la melodía de la tierra y el aire me deslizo
rimado por el ritmo del agua
lo único que vive
Su vida es latente, como la de la semilla, y el momento de germinar (de resignificarlo) llega con la madurez de la palabra, cuya tarea nunca se puede completar:
lugares predilectos de las primeras casas [...]
guardados gota a gota
finamente guardados en tu mente que recuerda.
prenden como gajos [...]
donde pica la palabra sembrada
como trigo
como aire de la casa
porque hago la casa cada día.
Si Proteo cambiaba constantemente de forma para evitar que los mortales le preguntaran sobre el futuro, esta entrega de Pablo Queralt demuestra, prescindiendo del método científico, que la memoria es plástica como ese dios del mar y que la poesía puede convertirse en la casa del pasado, un lugar que el poeta puede habitar en completa felicidad.
Silvia López