10/9/08



El Encierro de Ojeda
Martín Murphy
Adriana Hidalgo, 2007


I
Novelita no tan nueva –ganó el premio Juan Rulfo de Novela Breve en el 2004 y fue reeditada en el 2007 por Adriana Hidalgo–, El encierro de Ojeda fue tildada reiteradas veces como “kafkiana”, con todas las connotaciones positivas del caso. Pero frente a esas grandes nominaciones siempre surge la duda, ¿no será que se le imprime con demasiada rapidez el sello de Kafka a todo fragmento literario que lleve la burocracia y una oficina deslucida como marca de nacimiento? Alguna vez, paseando por un departamento de geología o paleontología en Ciudad Universitaria, le dije a mi maestro que ese pasillo de oficinas era muy “kafkiano”, y él me contestó “Absolutamente todo, siempre, es muy kafkiano”.

II
Lo concreto – y no tanto– es que El Encierro de Ojeda es un libro sobre la metafísica de la autoconciencia, el reconocimiento de lo propio como siniestro, la lucha tanatica de un Eros narcisista. En definitiva, es la historia de un neurótico obsesivo: Ojeda. Un hombre mediocre, contador en una empresa repleta de contadores, ni tan joven ni tan viejo, ni muy feliz ni tan inteligente como para ser un desdichado. Un sencillo hombre común al que sería bastante fácil aplicar varias máximas para definirlo y reírse de la lógica aburrida que domina su vida. Ojeda recibe un ascenso dentro de la empresa y una orden fundamental para cumplir con su nuevo puesto laboral: total libertad para realizar su trabajo. La libertad lo arrastra hacia la desesperación, y de allí a un ataque de pánico, contundente y fisiológico. “Su caso era un ataque de pánico de libro, no había vuelta que darle”.

III
Si el lenguaje de la psicología se había vuelto un idioma reificado dentro de la literatura – y ya lo demostró Puig desde The Buenos Aires Affair a Maldición Eterna…–, la novela de Martín Murphy encuentra un nuevo hueco en aquella marea conceptual. El ataque de pánico es ese agujero negro que devuelve literariamente la pulsión de lo incontrolable desde el mismísimo interior del sujeto, como en los thrillers psicológicos del antiguo cine noir –Secret Beyond the Door, de Lang, y por qué no Spellbound de Hitchcock–, donde los personajes se movían hacia el desastre más allá de su voluntad pero incitados desde lo más íntimo y oscuro de su subjetividad. Ojeda queda librado a los dolores y síntomas hipocondríacos que preanuncian un nuevo panic atack.

IV
“Porque de lo que se trata esto”, le recomienda el psiquiatra a Ojeda, “es de encontrar algo sólido y perfecto que nos permita olvidarnos de nosotros mismos y del mundo, algo de lo cual no dudar”. Como un mensaje religioso, esa frase se asienta sobre la neurosis obsesiva de Ojeda hasta volverla un espacio contundente y material, y al mismo tiempo imposible. El remedio consiste en volver a quedar atado y sujeto con una seguridad tal que destruya todo rastro de conciencia de la propia existencia, agotar la conciencia, agotarse. Ojeda busca la solución primero en los números, en cuentas absurdas e inservibles, en cálculos matemáticos abstractos que desvían la atención de sí mismo. Después, cuando la nausea que precede a una nueva recaída se hace inmune a los números –nausea bastante sartreana en cuanto revela la propia existencia, el propio cuerpo funcionando–, Ojeda encuentra el camino de las palabras, la escritura también fútil de la pura descripción. Se agota describiendo objetos con la mayor pericia. “Comenzaba por un análisis general del objeto para luego concentrarse en los detalles. Esto le evitaba perderse en la ilusión de estar convirtiéndose en escritor”.

V
El encierro de Ojeda no es sólo físico, y eso parece ser claro. Hay un encierro mucho más peligroso, parece decir Martín Murphy, y ese es la obsesión, desaparecer frente a uno mismo. Huir de la opresión carga con todos los signos “kafkianos”. Lo incontrolable como desafío de la existencia quizás también. Pero El Encierro de Ojeda se construye con una lógica invertida. Si en Kafka la huida es una línea de fuga hacia lo imposible –el castillo o la justicia procesal–, para Ojeda será el encierro neurótico y la descripción obsesiva de los tornillos de un lavarropas para encontrar un sentido último y atemporal. Es un libro “kafkiano” sólo allí donde nada queda dicho y lo incontrolable se abre paso ya no como una estructura solidamente infinita que suprime al sujeto sino con las marcas metafísicas de una perfección inexistente. Ojeda pone su voluntad al servicio de la opresión mientras clausura obsesivamente cada uno de los caminos de fuga que abre el pánico para escapar de su vida mediocre.

Ezequiel Acuña