Villa Celina
Juan Diego Incardona
Norma, 2008
Para entender este libro es importante, porque está en el fundamento de su producción, recordar todo el tiempo, mientras se lo lee, que nació como una serie de crónicas publicadas en Internet. En la sección “Aguafuertes”.
No sé por qué el libro tuvo ese destino. Pero vamos a recordar que apareció de la forma más moderna en la que puede aparecer algo ahora en lo público.
Porque lo que se debate en sus páginas tiene que ver con el proceso de modernización en Argentina, y con la mirada bifronte de la modernización acá y en cualquier parte.
Es un libro que habla de lo arcaico y de lo moderno, de lo nuevo y de lo viejo, de lo popular y de lo elitista, finalmente de lo esotérico que está agazapado en la modernidad y sin lo cual lo moderno no vive. (Los que están avivados de la publicación en Internet y de la culebrilla, de las brujas y de los webmasters). Es un libro que da a la luz del centro la oscuridad mortecina del barrio y de la elite en la que se constituye un barrio y que se arma en su interior. Como si se tratase de la revelación de una casta secreta, de la revelación de la verdad o de la revelación de una vida que se había conservado en negativo.
Se trata de narraciones que tienen como protagonista al barrio y lo barrial bajo la forma de lo planetario. Villa Celina es un planeta; nos preguntamos mientras lo leemos por las posibilidades de que haya agua en Villa Celina como nos preguntamos si habrá agua en Marte. Nos preguntamos si hay vida en Villa Celina mientras leemos las páginas de Juan Diego pobladas de brujas, elfos, y animales fabulosos. Las brujas que curan la culebrilla, los animales con dos narices que potencian su sentido del olfato y por lo tanto su inteligencia.
Y, al mismo tiempo, se trata de un planeta que da señales de vida exclusivamente a sí mismo. Separado del mundo, el Villa Celina de Juan Diego es un universo claustrofóbico, pobre y peronista.
Lo pongo en la biblioteca al lado de David Copperfield, de Juvenilia y de Arlt, por las Aguafuertes y por El Juguete rabioso. Pero como línea de sucesiones: si en los primeros se trata de aprender las leyes para construir buenos ciudadanos y en el último de aprenderlas para convertirse en un ladrón, en Villa Celina se trata de conocer las leyes no escritas del barrio para poder salir de ahí. Ese mundo confinado está siempre relatado desde un “afuera” que lo mira con ternura y desconfianza, que lo ve deshacerse como si fuera un espacio mítico, aspiracional, progresista con ilusiones de burguesía y al mismo tiempo sostenido en el trabajo social, en los reyas magos, y en el proceso constructivo de una institucionalidad ausente.
Es el Bildungsroman del muchacho peronista. Novela de formación. Y de deformación. Novela de formación en un espacio deformado. O novela de formación en un territorio que se deshace.
Libro que disputa, entonces con la política, porque en su carácter de literatura viene a construirse al borde de la mitología peronista en la que no hay ni ley ni estado ni derecho. Sino una serie de reivindicaciones de un tiempo que no por desintegrado es menos mágico. Y los relatos, la prosa de Juan Diego, tienen la fuerza de una mitología. Y disputa con el peronismo su lugar más fuerte, el lugar donde el peronismo hizo de la política una mitología y una mística, es decir donde se excedió de política y se volvió al mismo tiempo material literario y religioso. Para “entendidos” y para “creyentes”.
Lo pongo también al lado de la televisión. Del melodrama latinoamericano. De un realismo extrañado por efecto de la popularidad y convertido en narración folklórica o cuasi-fantástica. Juan Diego Incardona dice de sí mismo ser hijo de un tornero italiano y de una maestra argentina. No se puede ser más progresista. El industrial humilde y la generadora de sentidos. El que hace las cosas y la que enseña los gestos… De ahí, se podría decir… a hacer libros que serán leídos en la escuela bajo la consigna de “Misteriosa Gran Buenos Aires” Lo pongo al lado de cierta tele, por ese ritmo narrativo clásico que deja todo relato en suspenso para dejar que la parábola se forme sola como una voluta de humo caprichosa que cede y no cede al sentido.
Parábolas tímidas, sospechadas en los pliegues del lenguaje que dicen demasiado. Dicen tanto que la narración opta por no decir nada, por decorosa y por sentimental. La tortuga Argentina era chiquita y venía en caja de zapatos. Y mientras los hermanitos llevan a la Argentina en caja de zapatos en 1982, lo que ven es que debajo del tanque de Villa Celina hay un bulto que cuelga. La palabra “suicidio” no se dice, claro. Pero la convergencia de la tortuga Argentina, el año 1982, los hermanitos solos en un colectivo que choca, el tanque y el bulto que pesa bajo el tanque, conforman una serie de elementos que, acumulados, configuran una parábola que sale de lo real y vuelve a lo real casi como si no hubiera necesidad de decir ni suicidio, ni nada más, para el caso.
Entonces, es como si todo el libro tratara de arrancar de los pedazos de una guerra ciertos gestos de civilización en los que lo único que se parece a la rabia de los perros es la guerra entre las bandas, la música de Viejas Locas, y un cierto estado de abandono, o de abandono del Estado en el que los personajes apretados en el barrio que es este libro, parecen quedar sofocados, mudos o enmudecidos por la historia.
A eso le disputa su lugar este libro, a la política peronista y a la historia. Porque narra las vidas infames de un grupo presuntamente callejero, sin dudas sospechoso, y sobre todas las cosas condenado al olvido, a volver a sus calles oscuras, a la oscuridad de sus vidas. De ese silencio, de esa imposibilidad, de esa rabia como la de un perro abandonado, doméstico y al mismo tiempo sin refugio, de esa intemperie en la que nada parece poder ser recuperado, Juan Diego arrancó estos relatos, les puso un foco y les devolvió una luz como quien le devuelve una objetividad que parecía perdida para siempre.
Ariel Schettini