21/8/08

El estatuto de la mirada



Rosario Express
Juan Martini
Norma, 2007


“Yo había aprendido a verme con sus ojos”, dice Sartre en Las palabras, o, como le gusta decir a Juan Martini, en Les mots.
Esa expresión sartreana puede estar condensando mucho de lo que en Rosario Express de Martini se explora. Pero también, más allá de este libro, esa frase habla de toda una generación de la cual Martini formó parte y que tenía a la figura de Sartre como referente.
Hay, en este sentido, toda una estética de la mirada en torno a Sartre. Muchos aprendieron a ver a través de los ojos desviados del autor de La náusea. Podemos trazar una continuidad, si nos ponemos literales, entre esos ojos desviados de Sartre y los ojos desviados de otro gran escritor, también presente en la estética de Martini: Onetti.

En La máquina de escribir, por ejemplo, uno de los personajes se llama Onetti, es escritor, es el tipo que escribe en el fondo del bar de Strauss: es un tipo que se parece mucho a Onetti, pero aclara que no le gusta para nada que lo confundan con ese otro escritor uruguayo: “yo no tengo nada que ver con ese tipo”, dice. “El tipo es alto, estrábico (…) los ojos abiertos en dos direcciones, uno fijo, a veces, en quien habla con el escritor, el otro extraviado en vaya a saber qué otras figuras”.

También en esta novela hay un chiste sobre la mirada. Alguien le pregunta a un miope: “¿Cómo ven los miopes? Los miopes ven, dice la discípula del ingeniero Eiffel, como pintan los impresionistas, como pinta, por ejemplo, Monet”.

Toda una obsesión sobre el detalle que, para Martini, como lo deja claro en una entrevista, sirve como base de toda narración: se narra a partir de la mirada. Pero estamos hablando de una mirada que ve al mundo de manera distorsionada, que mira desde otro punto de vista, ajena al sentido común. Podríamos decir que se trata entonces de una mirada crítica del mundo. Y estaríamos diciendo, con esto, que la escritura no hace otra cosa que reflejar esa estética crítica, esa forma de contemplar el mundo.

Ahora bien: ¿Cómo se construye esa mirada? Da la impresión que ésa es la pregunta que trata de responder la escritura, autobiográfica, de Rosario Express: ¿Cómo se le da forma al estatuto gobernante de la mirada?

Hay varios recorridos, en este sentido, en el libro:

Uno puede ser el recorrido a través del tiempo. La construcción de la mirada desde “el bebé que mira otra cosa” (el bebé que está en brazos de su madre, ella) al hombre que regresa a su ciudad natal para encontrarse con un amigo, Juan Deledda, y cree, al estar de regreso, que “la mirada no ve igual, no mira lo mismo, no se detiene en aquellos detalles porque lo que ahora llama la atención es otra cosa”.

Esta reconstrucción de la mirada está impregnada por una ciudad: Rosario. Cada fragmento de esta ciudad encierra un recuerdo y dispara, entonces, una representación del mundo.

¿Pero qué es esa otra cosa?

Esa otra cosa es lo que ya no existe. Lo que ha sido deformado por el tiempo. Lo que no se reconoce a simple vista. Eso que no está pero sigue, en algún resquicio, escondido entre los pliegues de esta otra ciudad, empapelada con la piel del mundo actual.

Así se va entretejiendo la narración: el recorrido de un hombre por las calles de su infancia y adolescencia va despertando los recuerdos. “Cada vez que volvemos del extranjero, nunca estamos seguros de si hemos estado fuera realmente”, sostiene Austerlitz, el personaje de la novela de Sebald. Y algo de esta ilusión está presente en todo viaje que supone un regreso. En Rosario Express se narra un regreso. Y la columna que vertebra la biografía traza momentos nodales: la mirada y la madre, la casa de la calle Rioja, los anteojos, las mujeres y el exilio, la muerte, el cine, los libros, la amistad y la política, los sueños.

A su vez, hay una estrecha relación entre la escritura con la que está hecha Rosario Express y otro de los relatos (publicado en 1999 en Barrio chino) incluido también en este volumen y que es Materia dispuesta. La estructura y el material que usa Martini para narrar son semejantes. Podemos pensar a Materia dispuesta – un relato que según palabras de Martini le llevó toda la vida escribir – como un capítulo de un relato mayor. Y ese relato mayor puede ser Rosario Express. Esa mujer que de pronto tiene cáncer, ella, se parece mucho a la madre que mantiene en brazos a M. mientras están sentados en un banco del Parque Independencia, al tiempo que el chico, M., aprende a ver a través de esos ojos. (Algo semejante a la cita de Sartre de Las palabras, que hace referencia a su madre, Anne-Marie: de ella son los ojos).

Martini ensaya en los dos relatos una búsqueda relacionada con la forma de narrar en estos tiempos. La pregunta, entonces, sería: cómo narrar en la actualidad, o mejor: cómo narrar esa otra cosa. Una búsqueda semejante a la de Sebald, podríamos decir. Y de allí la presencia de lo autobiográfico, de la memoria fragmentada y de la mirada como elementos centrales en la escritura.

El resultado de esta búsqueda no es el vacío posmoderno sino la recuperación de una identidad. Y esa identidad, que se recupera a partir de un trabajo retrospectivo que detalla las marcas de un duro combate, es una identidad positiva, es un paso que va hacia delante (semejante, por ejemplo, al final de Materia dispuesta: “En esta casa se vive. Cuando terminan las noticias me pongo un abrigo y bajo, yo también, y salgo… No sé qué hacer, no sé adónde ir, pero camino”). Entonces, igual que el narrador de La máquina de escribir - o como si fuera uno de los miembros del matrimonio que no habla, esos que dejaron de hablar después de la renuncia de Sartre al premio Nobel – y que siempre cita alguna frase de Les mots, Martini cierra Rosario Express con una cita del francés, una cita que no reniega de un compromiso abrazado en otro tiempo y que supone, además, la vigencia de ese compromiso y una clara mirada del mundo:
“Nunca me perdí en mis sueños”, dice.

Hernán Ronsino