4/4/08

Los hijos de la lágrima. Una polémica generacional.




Historia del llanto


Alan Pauls.


Anagrama, 2007.





La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos...
K. Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte




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En el año 1969 la CGT de los argentinos, conducida por Raymundo Ongaro, emite un mensaje a los trabajadores y al pueblo. El Programa del 1º de Mayo es redactado por Rodolfo Walsh. Dice: “A los universitarios, intelectuales, artistas (...). Les recordamos: el campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”.
El programa es preciso: el intelectual, por definición, debe comprender su tiempo, debe ser contemporáneo. Y si comprende, debe actuar; si no lo hace estará condenado al llanto, es decir, a la impotencia y la culpabilidad. Cuando se sostiene que el intelectual no debe olvidarse de actuar (se dice: “les recordamos”) se está suponiendo que el manejo de la palabra tiene un estatuto diferente al de la acción.
Pauls refiere a esta tensión desde el propio título, Historia del llanto, que nos remite a la frase de Walsh. El escritor intenta enfatizar esta relación, cuando en clave polémica, declara en ocasión de la publicación de la novela: “No creo que haya una oposición entre la vida de la acción, de las armas, y la vida de los escritores. Tal vez el último que tuvo ese problema, y que montó todo un aparato de problemas a la vez literarios y políticos sobre esa cuestión fue Walsh. Yo creo que ahora, mi generación y las que vienen después, no tienen ese problema. Ya no hay una cuenta que pagar, elegir la acción o los libros. Ya sabemos que hay tanta acción en los libros, como libros hay en la acción”.
¿Qué tipo de vínculo entre literatura y política, qué modo de concebir al intelectual está oponiendo Pauls al modelo que -según él- enfrentaba la acción a los “libros”?


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Deleuze y Guattari afirman que la nouvelle se define por la articulación de la narración en torno a dos preguntas «¿Qué ha pasado? ¿Qué ha podido pasar?». Dos preguntas que no apelan tanto a la memoria como a un olvido fundamental. No hay nada llamado a ser descubierto, lo que permanece e insiste es un secreto que no se puede develar, que nos es por definición inaccesible.
La nouvelle de Alan Pauls es una historia de pasaje, el pasaje del mundo de la sensibilidad y la presencia absoluta (Lo Cerca) al mundo de la perspectiva y la distancia (Lo Mediado). Podemos intentar decirlo de otro modo: Historia del llanto es la historia de la formación de un lector o, de un proceso de transformación. Luego, ¿qué ha pasado? ¿Qué práctica, qué tecnología del yo produce y permite ese pasaje?
El protagonista ha hecho un aprendizaje. Su infancia -años sesenta- ha transcurrido en la escuela de la sensibilidad. Es sobre todo su padre quien celebra esta capacidad de llorar y de emocionarse frente a cualquier imagen del mundo que presente sufrimiento. Él, que admira a Superman más por sus debilidades que por sus proezas, es un “Oído Absoluto”: en la presencia de este niño sensible y precoz los adultos se ponen a hablar. Hablan de su intimidad, sin limitaciones, sin tapujos. Y lo que descubre y se encarga de mostrarles a sus confesores es el lazo oculto que existe entre la felicidad y el dolor. Nuestro personaje ha encarnado la cercanía, la no distancia: sus dedos llagados, producto de su reiterado y planificado modo de practicar el buceo en la pileta, vuelven patente el dolor y la comunión física con el sufrimiento de este mundo.
Lo cierto es que ya un hombre, luego de varias peripecias descubre en el recital de un cantautor de protesta -hacia fines de la dictadura- el hilo de continuidad entre su educación en la sensibilidad (Lo Cerca) y la ideología progresista del músico, un “artista consumado de la cercanía”. Éste canta: Vamos, contame, decime, todo lo que a vos te está pasando. Hay que sacarlo todo afuera...
Es esa inmediatez que el artista de lo cercano encarna aquello que lo crispa, la que repudiará hasta la náusea. En la historia de este pasaje de la cercanía -que invita a la confesión y lo vuelca al llanto- hacia la reivindicación de la distancia, de lo mediado, se superponen una serie de acontecimientos, de hitos de pasaje.


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Nuevamente ¿qué ha pasado? Podemos ensayar: lo que ha pasado es el encuentro del personaje con otros dispositivos; más precisamente, el encuentro con la lectura: nuestro personaje se ha hecho un lector precoz y voraz. Pero, sabemos, una máquina nunca funciona sola. La máquina lectura está acoplada en la adolescencia del personaje en los años setenta a la máquina política: a los catorce años está entregado a una “rapacidad marxista que no deja títeres con cabeza”: Franz Fanon, Michael Löwy, Marta Harnecker, Armand Mattelart, Dorfman-Jufré y otros. Nuestro joven no puede dejar de leer (como el autodidacta de La Náusea, que pretende leerlo todo, y en orden alfabético). Y ese es su modo, a distancia, oblicuo, de vincularse con la política: nada lo pone más en vilo que esperar todos los primeros martes del mes La causa peronista, órgano oficial de la guerrilla montonera.
La cercanía fue en la historia del protagonista un modo de practicar la sensibilidad, forjada a partir de ciertas interpelaciones: familia, padre, industria cultural. Pero Lo Cerca es también para el escritor Pauls –según declara en varias entrevistas-, el modo en que la militancia de los años setenta entendía la política: se trataría de una forma de “presencia absoluta”.
Nuestro personaje lector revindica, en cambio, un modo de relación con el mundo a través de la distancia, la perspectiva y la mediación que encuentra en la práctica de la lectura: “Él, la ficción la usa (...) para mantener lo real a distancia, para interponer algo entre él y lo real, algo de otro orden, algo, si es posible, que sea en sí mismo otro orden”.
Contra el imperativo de la época que -según Pauls- interpelaba: "sé contemporáneo: tomá las armas", lo que el escritor pretende interrogar es el sentido de una práctica que es a la vez acción y contemplación, una práctica que implica una proximidad y una distancia con las cosas del mundo.


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Hacia el final de la nouvelle, al enterarse de un asesinato político, el protagonista se pregunta qué hubiera podido hacer para evitarlo. Y concluye: nada. “Es simple: no ha sabido lo que había que saber. No ha sido contemporáneo. No es contemporáneo, no lo será nunca. Haga lo que haga, piense lo que piense, es una condena que lo acompañará siempre”.
¿Cómo entender esta frase? Quizás como una respuesta que provocativamente evoca el mandato representado en el programa de la CGT de los argentinos (que por otra parte también podría remitir a otro paradigma: el del compromiso sartreano que concibe al escritor como conciencia crítica de la época).
No obstante, cuando el personaje se asume no contemporáneo -haga lo que haga- ¿está indefectiblemente optando por uno de los polos en que en los ´70 se planteaba la dicotomía? ¿efectivamente está dando crédito a las posiciones que postulaba o legitimaba aquella generación? O, antes bien, ¿está dando cuenta de la inactualidad del planteo?
Quizás podemos preguntarnos si ese relato acerca de la militancia política y la intervención intelectual en los setenta (“dogmatismo”, “máxima cercanía”, “subordinación a la organicidad”, clausura de la especificidad literaria o intelectual, “épica de la violencia”, etc.) no debiera pasar también por la misma operación crítica a la que somete las versiones heroicas y acríticas del pasado reciente.


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Finalmente. Historia del llanto, pero ¿cuál es el llanto?, ¿quién llora? Sólo podemos inventariar las posibilidades: tal vez sea el lamento del personaje de la nouvelle quien decide dejar de llorar y en ese momento consuma su pasaje de Lo Cerca a lo Mediado. Quizás es el llanto del protagonista que no pudo comprender su época como prescribía Walsh. O, antes bien, es el llanto de quienes habiendo puesto el cuerpo ya no podrán ser felices ni admitirán que otros lo sean. Un episodio de la novela puede ser leído en este sentido. El personaje, ya adulto, asiste a una fiesta acompañado de una mujer, razón de su inesperada felicidad. Muy locuaz, ansioso por exhibir su dicha recién estrenada ante quien la causa, monopoliza la palabra en la sobremesa. Un hombre bastante mayor se incorpora de modo súbito, se le acerca y le susurra al oído: “Eso porque vos nunca estuviste atado a un elástico de metal mientras dos tipos te picaneaban los huevos”. La obscenidad de la frase no admite respuesta.
Frente a este llanto se ubica otro, el provocado por la añoranza de quienes identifican aquel momento -el de la militancia, el de su juventud- como el de mayor felicidad en sus vidas. Los dos, aunque en apariencia opuestos, se identifican en un punto: la imposibilidad de su felicidad presente. Quizás además de la polémica vinculada a la cuestión del rol del intelectual, estemos ante otra, también generacional, en torno al derecho a la felicidad. La de ambas generaciones.





Micaela Cuesta y Mariano Zarowsky