Ida
Oliverio Coelho
Norma, 2008
Después de la saga fantástica de Los invertebrables, Borneo y Promesas naturales caemos en la realidad de IDA; aunque el realismo de esta última novela de Oliverio Coelho es el mundo patológico de un treintañero despechado y obsesivo después de ser abandonado por Lucía. La historia es sencilla y el lenguaje -comparado con sus anteriores obras- resulta mucho menos barroco, no tanto por la desaparición de la adjetivación exquisita como por la de los neovocablos.
Así como en Borneo y en Promesas naturales, en IDA el lector se enfrenta a un antihéroe sufriente de diversas vicisitudes que lo desnudan en su patetismo. Pero él o ella no es el único individuo lastimero sino que el sin fin de criaturas que lo rodean son aún más tristes. El regodeo en lo extraño y desagradable es -a esta altura lo podemos afirmar- una especialidad coelhiana. Descripciones deliciosamente inolvidables como la visita de Ornello a la consulta ortopédica del doctor Bigourdan (Borneo), o Chatran siguiendo el “Manual de la buena cabriola” para abusar de Bernina (Promesas naturales) o la entrevista de Eneas Morosi con su madrastra para mendigarle algunas monedillas mientras fantasea que por “el carmín de esa boca perfecta había revoloteado el cencerro genital de su padre”. Todos antihéroes deseosos de escapar de su sombría condición sin encontrar una rendija posible.
Pero en el último relato ¿por qué elegir un nombre mitológico para esta criatura porteña? ¿Por qué el título de la novela como referencia al monte en el que Eneas el griego nació? Y encima ¿por qué el epíteto de “un hombre sin historia”? Algunas respuestas se me ocurren: Eneas Morosi es un espécimen guerrero enfrentado al universo en que se halla, un mundo hostil que lo juzga y somete a incontables pruebas. Además de esta inmediata asociación, es la representación espacio-temporal, el juego con el tiempo histórico, lo que pone en cuestión la novela y la hace novedosa a la producción anterior más allá del género elegido. Los mundos paralelos, las temporalidades que anudan todos los tiempos y que devienen en presentes infinitos se justifican en la trilogía fantástica por su condición de género; en IDA -en cambio- tal representación se explora a través la psicología del neurótico. Sujeto a sus obsesiones, Eneas no se resigna a la pérdida del objeto amado y en su idea fija, del puro presente, la novela transcurre. Esta neurosis es trasladada al lector en un tiempo regido por la cabeza del personaje, sus percepciones, fantasías y alucinaciones. Los días desde la separación de Lucía hasta el fin de la novela parecen más de lo que realmente son y Buenos Aires semeja a una geografía del universo fantástico de los anteriores relatos de Coelho pero que planteados desde el realismo, traslada el eje desde la materialidad de un mundo supuesto hacia la mente de un sujeto trastornado.
La historia se reitera en manías autómatas, la obsesión como marca del relato no parece sanarse, una y otra vez el teléfono es un imán para Eneas. No importa qué decirle a Lucía, llamarla-llamarla y llamarla. Pero los dioses, así como al Eneas griego, favorecen a Morosi y en esta guerra con numerosas victorias pírricas, sólo al final creemos alcanza el triunfo al encontrar un objeto substituto: Paula. Pero en definitiva… otra mujer, la misma.
Así como en Borneo y en Promesas naturales, en IDA el lector se enfrenta a un antihéroe sufriente de diversas vicisitudes que lo desnudan en su patetismo. Pero él o ella no es el único individuo lastimero sino que el sin fin de criaturas que lo rodean son aún más tristes. El regodeo en lo extraño y desagradable es -a esta altura lo podemos afirmar- una especialidad coelhiana. Descripciones deliciosamente inolvidables como la visita de Ornello a la consulta ortopédica del doctor Bigourdan (Borneo), o Chatran siguiendo el “Manual de la buena cabriola” para abusar de Bernina (Promesas naturales) o la entrevista de Eneas Morosi con su madrastra para mendigarle algunas monedillas mientras fantasea que por “el carmín de esa boca perfecta había revoloteado el cencerro genital de su padre”. Todos antihéroes deseosos de escapar de su sombría condición sin encontrar una rendija posible.
Pero en el último relato ¿por qué elegir un nombre mitológico para esta criatura porteña? ¿Por qué el título de la novela como referencia al monte en el que Eneas el griego nació? Y encima ¿por qué el epíteto de “un hombre sin historia”? Algunas respuestas se me ocurren: Eneas Morosi es un espécimen guerrero enfrentado al universo en que se halla, un mundo hostil que lo juzga y somete a incontables pruebas. Además de esta inmediata asociación, es la representación espacio-temporal, el juego con el tiempo histórico, lo que pone en cuestión la novela y la hace novedosa a la producción anterior más allá del género elegido. Los mundos paralelos, las temporalidades que anudan todos los tiempos y que devienen en presentes infinitos se justifican en la trilogía fantástica por su condición de género; en IDA -en cambio- tal representación se explora a través la psicología del neurótico. Sujeto a sus obsesiones, Eneas no se resigna a la pérdida del objeto amado y en su idea fija, del puro presente, la novela transcurre. Esta neurosis es trasladada al lector en un tiempo regido por la cabeza del personaje, sus percepciones, fantasías y alucinaciones. Los días desde la separación de Lucía hasta el fin de la novela parecen más de lo que realmente son y Buenos Aires semeja a una geografía del universo fantástico de los anteriores relatos de Coelho pero que planteados desde el realismo, traslada el eje desde la materialidad de un mundo supuesto hacia la mente de un sujeto trastornado.
La historia se reitera en manías autómatas, la obsesión como marca del relato no parece sanarse, una y otra vez el teléfono es un imán para Eneas. No importa qué decirle a Lucía, llamarla-llamarla y llamarla. Pero los dioses, así como al Eneas griego, favorecen a Morosi y en esta guerra con numerosas victorias pírricas, sólo al final creemos alcanza el triunfo al encontrar un objeto substituto: Paula. Pero en definitiva… otra mujer, la misma.
Mercedes Merino