25/4/08

Fauna, arquitectura, poesía




Donde estaban sentadas las bases hay un millón de ciervos
Adriana Kogan
Pájarosló Editora, diciembre 2007


La situación es la siguiente: Donde estaban sentadas las bases hay un millón de ciervos. Una observación general sobre el mundo da la pauta de que algo cambió, de que el mundo cambió. Es posible rastrear en el primer libro de Adriana Kogan una reminiscencia a los manifiestos vanguardistas. No sólo por el nombre del primer poema “Manifiesto zoo”, sino por la recurrencia en el uso de una voz poética distinta, múltiple. Cada unos de los poemas –en la letra y en la desinencia del plural- pretende sentar las bases de una nueva poética (tal vez, algo así como el movimiento Kogan, ya que no sabemos quienes más lo conforman o continúan) Ahora bien, ¿cuál es el programa de esta voz grupal? En “Manifiesto zoo” vemos cómo las viejas y tensas cuerdas vocales del viejo y solitario yo poético son arrastradas por una estampida sonora, por una melodía de alaridos animales. El poema presenta, por un lado, a unas mujeres y, por otro a unos captores que se adueñan de sus voces. Entonces, el que habla es el grupo construido por la voz múltiple de la manada. Esta manada se pronuncia desde el campo. La voz de los poemas es, finalmente y como sucede en todo manifiesto, la del grupo. Estas mujeres, al tratar de comprender su nueva situación de captura, terminan confundiéndose con la especie captora. Y cuando lo animal se les hace carne, cuando lo extraño empieza a gustarles, vemos nacer una nueva especie. La nueva especie marcha junta por el campo. Pero, ¿de qué especie son los captores? Los captores son unos ciervos, y unos corceles. Un animal distante, y una especie imaginada. El manifiesto plantea, entonces, desarmar el diseño original del parque humano en el que vivían las mujeres, o la voz de esas mujeres. Y así, el manifiesto no solo rompe con la voz clásica y unívoca, sino que desarma también el grito feminista. Porque este movimiento llama a la multiplicidad y por medio de la reproducción alocada. Se le da unos nuevos límites al parque, a partir de la mezcla, y los poemas son sus cimientos. Este parque, este libro presentará, así, la arquitectura de una nueva poética en la que los poemas, como las especies y las voces, deberán contagiarse entre sí. Lo muestran estos poemas, que parecen estar contagiados por el mismo germen, las palabras se repiten. Los límites son otros porque hay una nueva forma de fluir en este parque, y esa forma es la estampida. Los animales se avecinan despacio, el malón arrasa con todo y embaraza a las cautivas y las especies se cruzan, como se cruzan los poemas. Donde estaban sentadas las bases, ahora rige la lógica de la reproducción animal, la cruza de distintas razas. El manifiesto planteará entonces una vuelta al malón, a los Indios Ranqueles, al robo, a la reproducción azarosa, casual y desaforada.
Trinidad Baruf