5/8/10

La celebración de la modestia: Píndaro, Zemeckis y los pibes del barrio.




Equilibrio en las tablas
Jonás Gómez
Mansalva
2010





¿Quién no recuerda la secuencia de Volver al futuro, en la que Marty McFly (Michael Fox) escapa en skate de los chicos malos que aterran al timorato de su padre? Él es un canchero venido del futuro, y un skater nato: desarma el monopatín de unos nenitos y saca chispas colgado de un camión que pasa.


Equilibrio en las tablas de Jonás Gómez, extenso poema narrativo publicado por Mansalva, tiene un eco de ese mundo de película yanqui de los ochenta, con la competencia, la rivalidad, la superación personal, el amor y la gloria como sus temas dilectos. En este libro no hay persecuciones, pero sí escenas que recuerdan aquellas que filmaba Zemeckis: apoya el pie en el baúl/pasa al techo/baja por el capot y cae/cuando el skate termina de pasar por abajo del coche.


No soy uno con el universo, dice la voz poética, soy uno con la tabla. Otro skater nato, devoto, consumando su ritual de ruedas, asfalto y jugo de naranja; dispuesto a sublimar su pasión por el deporte invocando a los dioses, en un viaje al pasado que no lo reencuentra con sus padres biológicos, pero sí con los padres del género en que escribe: Píndaro y el libro de poesía espartana, que lee el disciplinado skater en sus ratos de ocio.


El libro, ganador del Premio Indio Rico/Leónidas Lamborghini de Epinicio 2009, es una rareza: un texto potente escrito a partir de una consigna, la de acotarse a un subgénero de la lírica coral, el epinicio, que en sus orígenes se escribía por encargo, y celebraba a los vencedores en los juegos olímpicos u otras competencias deportivas.


Aquí, el vencedor cuenta su propia victoria, una versión modesta de la gloria, una versión de barrio; porque si bien la competencia que se narra es internacional, el universo del poema es el barrio, con sus valores, su humor y su lenguaje. La historia la escriben los que ganan –¿incorrección política?– pero ¿cuánto ganan? Para el pancho y la coca, y poco más. La realidad, a la que el humor coloquial nos acerca, no es la de la pobreza, sino la de la precarización de las realidades y los sueños de las clases medias.


Asimismo, todo el libro puede leerse como una gran metáfora de la escritura. Equilibrar podría ser elaborar los distintos lenguajes que nos constituyen –la tradición, lo pop, el lenguaje de la calle– para crear la propia voz; equilibrar podría ser buscar un lector sin estar sometido a él. En ese juego, también entra el amor como complemento de energías vitales, pero no en términos de actividad y pasividad. A diferencia de la musa del viejo poeta, o de las porristas de las películas norteamericanas, la amada del protagonista no es objeto de mera contemplación: es un flequillo violento que realiza las piruetas más osadas en la tabla. Partenaire en el ritual de látex de la sexualidad contemporánea, es al mismo tiempo la voz de la consciencia: estoy tentado a bajarle la tabla en la cabeza, dice el protagonista acicateado por la actitud de su rival, pero no/Cecilia dice: mesura/así que lo dejo pasar/me hago el otario y no respondo.


El disfrute de la entrega en la experiencia –del deporte, de la escritura, de la vida– puede ser grande, aun en lo pequeño, y hasta sublime, si de verdad se logra el equilibrio. Saberlo parece ser al menos una de las victorias de este libro.


Carla Sagulo