El recreo
Valeria Meiller
El fin de la noche
2010
Valeria Meiller, nacida en Azul, provincia de Buenos aires en 1985, es una participante activa de la escena poética actual. Poemas suyos fueron incluidos en la antología de poesía contemporánea Lo humanamente posible (Fin de la noche- 2009), contribuyó con textos al Proyecto Latinoamericano de Unión Poética (PLUP) -textos que se pueden leer en plupblog.blogspot.com-, es invitada asidua a ciclos de lectura y administra el blog blondonblog.blogspot.com.
En su primer libro, El recreo, oficia de guía a través de la zona de Azul, pero no el lugar constatable que uno podría visitar: Meiller invita a un recorrido imaginario, contado a partir de los colonos y su relación con los elementos naturales, tan condicionantes en la vida ligada a la siembra y cría de animales. El libro inicia con un fragmento de Historia del antiguo pago de azul, de 1816, en el que se describen las condiciones y los requerimientos necesarios para ocupar una parte de tierra en el lugar. Esto era: una familia con ganado bovino y caballos, que debía construir un rancho de paja y abrir un pozo de balde. Después de este fragmento podría esperarse una suerte de desarrollo de los hábitos de siembra, del manejo de los animales o hasta de la vida en torno a las regulaciones de la época, pero lo que sigue es una historia fraccionada en 4 capítulos en la que, sin distanciamiento, con una manera íntima de nombrar, se describen escenas en las que la realidad y la fantasía se funden para formar una historia no oficial, una historia privada e imaginaria de la colonización.
En “Era primaria”, capítulo primero, se habla de dos animales por especie para remar lejos, frase que remite al universo bíblico, a lo fundacional. Es que en este inicio, en este asentamiento de personas en un ambiente rural, el inicio de una casa es también el inicio de la vida. Ya instalados los límites de los recién llegados, y los elementos que los reciben, se confunden, dando como resultado hijos que son parte agua y parte animal: hay que tener cuidado en no caerse del nido, o también: en el campo las niñas duermen/ colgadas de las ramas más altas. Animales, luz, agua, todo confluye en la vida: desde los pies al hocico pálido/ del tercer niño con la nuca bañada/la luz, el agua. Y esa luz no es solo del sol, la luz que ilumina el entorno en el que se crece, también la luminosidad mineral ocupa un lugar en la rutina: hay que capturar todo el fósforo.
Siguiendo ese rango de imágenes los chicos también pueden ser traslúcidos, habitar un espacio y a la vez ser leves: y mientras les sonríen/ transparentes a los transparentes, pinchan/ las luciérnagas y con un alfiler/ los recuperan.
El poema con el que cierra el capítulo alumbra al único personaje al que se le da, quizás no del todo, un nombre, ya que se lo nombra a partir de su orden de llegada: Último.
Último es uno de los que cumple el rol de intermediario, junto a Padre y Madre, nombrados a partir de su función pero no individualizados, entre la zona que se describe y el lector.
En “Aguada” el avance del agua pone en peligro la vida en el lugar: La inundación, el agua lo cubre todo, pero aún en ese contexto de catástrofe natural hay un momento para el juego, para la dispersión en el elemento líquido: Hacer un barco de la pata de la cama. Una vela de sábana. Y otra vez la unidad, la suma de imágenes ambiguas: después de una semana de lluvia, una cabeza es cuajo amarillo. Veinte cabezas, una mina de azufre, logrando una situación en la que no se sabe si lo transmitido es un grupo de chicos o maíz en crecimiento.
Con la continuidad de lluvias la tierra cambia, ya no es seca y sólida, los chicos ocupan ese barro formado y se asimilan al ambiente: va a dar una vuelta de barro en el fondo del pozo.
En “Diario de un naturalista” el agua tiene otro estado, es otra la temperatura: Esta madrugada, el suelo parecía una laguna de sal. Una lámina fría del espesor de un vidrio. La descripción de las escenas tiene un tono más enumerativo, lo que se cuenta transcurre entre el 8 y el 20 de junio, lo que le da un límite más exacto. Quizás el capítulo tiene menos relieve que el resto del libro, pero las imágenes interesantes son una constante: soñé que se helaba el trigo.
En el señalar también se presentan los niños-animales: Un huevo pelado alcanzó el piso/ y crujió con un ruido seco. Cuando nos acercamos a mirar un niño aleteaba dormido/ dentro de la cáscara, como un pez.
En “Parcelamiento” reaparecen elementos de los capítulos anteriores, vuelve Último, vuelve el agua como fuerza de amenaza y a la vez buscada para generar alguna clase de equilibrio interno: el agua quería llevarlo todo y lo llevaba. Último quería un agua mansa para nadar seguro, estancado en la pileta del baño. Otra vez imágenes de chicos-animales vinculadas al nacimiento: cuando Último toma la palabra, habla de una palangana llena de niños con forma de nutria, en esa visión cada nutria transporta un cartel en el que se lee: nuevo plan de frontera,
Un elemento nuevo del capítulo es la conciencia del lenguaje, los chicos ya no son sólo chicos que juegan, ahora leen y se nombran a sí mismos: por un libro supieron hace un tiempo/ que en los idiomas escandinavos…
Con regulaciones, con un empleo mayor del lenguaje, y una división concreta del terreno, los colonos pasan a formar parte de una nación dividida en lotes: donde termina el alambrado termina el mundo.
La imagen final del libro apuesta a la continuidad, no hay un cierre en este mundo de hombres, animales y elementos, hay una continuidad de ciclos, de la especie, un nacer humano y un segundo nacimiento a partir de la tierra: dejan un pulgar vacío impreso en el barro/y se prepararan para nacer de nuevo.
Es por todos estos elementos que se encuentran en el libro, y la forma en la que se transmite el recorrido, que El recreo es un libro interesante, de una poeta que demuestra ser interesante y que genera expectativas sobre el próximo material que vaya a editar.
Jonás Gomez