29/1/10

Adoro: un teorema




Adoro
Osvaldo Bossi
Bajo la luna
2009




Adoro es una historia en suspensión. O, por mejor dicho, una historia que deliberadamente se propone suspender el tiempo y la finitud: como si en la proliferación de una misma secuencia fuera posible congelar, aprehender, un momento de verdad: lo amoroso.


Así, resulta que cada momento, prolifera en sí mismo, con espirales de comparaciones con otras situaciones.


A la manera de Bossi, un poema para nada místico pero sí muy espiritual, la relación entre un escritor clasemediero de cuarenta años y un joven taxi boy llamado Cristian (o sus proliferaciones nominales: Kato, Astroboy), se resume en una matriz que se repite, con ciertas variaciones: encuentros furtivos, en algún hotel lindante a la Plaza Once, sexo en la pieza disponible y después despedida.


Siempre es el encuentro urgente, inmediato, que se basta a sí mismo y no busca las promesas de la relación monogámica. Encuentro amoroso que se propone hacer un uso sexual y liberador del tiempo libre, ambiguamente bordeado por el tiempo asalariado en que Cristian aparece y desaparece, re-posicionándose rapsódicamente, de capítulo a capítulo, entre el sujeto que se prostituye y aquel que busca con mucha ansiedad un lazo auténticamente intersubjetivo.


En la pieza del hotel no hay distracción ni puente mayor al autoconocimiento que el Otro; el amor le devuelve a la carne la dignidad espiritual que el trabajo flagela y la soledad del individuo posmoderno niega como fobia de comunidad.


La ventaja: es factible la esperanza en una redención que definitivamente nos libere de la soledad. “Piedra cósmica y esencial” es lo que encuentra O, el protagonista, en el encuentro con Cristian (un prole a la mejor manera del Teorema passolinesco que con sólo tocar la piel de un pequeño burgués, es capaz de llevarlo a la epifanía).


El peligro: la adoración como enajenación. Extraviarse en la mecánica del amor en tanto recinto idílico, superador de una soledad irreducible. Como diría la canción Marisa Monte, perderse en el infinito particular.


Bossi sabe bien esto último, y es por eso que “te adoro” se dice frente a un Otro dormido. Ahí donde no existe el riesgo del silencio, de la asimetría o del dolor, o de la incomprensión: sólo frente a un ser dormido es posible decir Te adoro sin perderse en la mirada devuelta.


El relato de las repeticiones, de los encuentros, se cierra con esa enunciación, pero no resulta clausurado: es la afirmación de una apuesta poética por la recuperación del espíritu.


Florencia Minici