14/7/09

Borges, el tiempo, y los laberintos de la crítica




El laberinto del universo
Jaime Rest
Eterna Cadencia
2009





Leída desde el presente aunque no en la modalidad de exégesis ni en la de simple “interpretación” toda obra de la tradición se abre tanto hacia nuevas significaciones como se cierra en lo ya acontecido. Se encuentra en la paradoja de estar totalmente sumergida en el pasado y totalmente orientada a la actualidad y al porvenir.


Que los positivistas nos perdonen –y aquellos que suponen que se puede separar estrictamente el pasado, el presente y el futuro lo son aunque no lo sepan– pero el tiempo de las obras no se deja pensar de modo tan esquemático, y El laberinto del universo de Jaime Rest es otro ejemplo de ello. Su pasado (el texto es de 1976) es parte de nuestro presente y lo será cualquiera sea el modo en que ello ocurra del futuro. Y este no es un juicio que implique una valoración positiva si la entendemos como un acuerdo con las posiciones de Rest; más bien pretende señalar la cantidad de cuestiones teóricas a las que abre su texto y que continúan presentes. Cierto que Maximiliano Crespi asegura en el prólogo que la obra de Rest está “descentrada” respecto a su tiempo, pero consideramos esa visión unilateral, ya que como bien se pone en evidencia a través del análisis del propio Crespi al desplegar los postulados críticos de su objeto, ellos aparecen como de rigurosa actualidad en buena parte de la crítica contemporánea: son su tradición. Por otro lado, en El laberinto del universo los vínculos con Barthes, Blanchot y otros – volveremos sobre esto– asumidos por el autor, no nos hacen pensar en un pensamiento “periférico”, si puede llamarse así, sino más bien en uno absolutamente conectado con su momento histórico.


Rest analiza una etapa de la literatura de Jorge Luis Borges (desde 1932 a 1960) desde la perspectiva del nominalismo filosófico, al cual ve inscripto en su objeto. Haciendo abstracción de sus variedades históricas, el nominalismo supone que entre realidad y lenguaje hay un hiato insalvable. El lenguaje es una estructura ordenada, sistemática, generalizadora; la realidad es individual, asimétrica, inaprensible. En términos filosóficos, es la antigua cuestión del ser y el pensar. Para el nominalismo el ser es el caos y el pensar (reemplazado por el lenguaje en el nominalismo “moderno”) pone un cosmos, un orden, aparente sobre el mundo.


Para Rest, la obra de Borges mediante el juego estético (y teórico) con el nominalismo lleva al extremo esta concepción a la vez que desbarata, como una consecuencia necesaria, al pensamiento “sistemático”. Rest señala que Borges le da a la metafísica sistemática, a la pretensión de construir esquemas de pensamiento ordenados y ordenadores, el lugar y el estatuto que merece: la ficción, en la variedad de la literatura fantástica. De ello deduce que Borges no es un pensador o un filósofo, sino un “inquisidor” que demuele las pretensiones de saber de la metafísica desde el escepticismo.


A su vez, Rest señala en el nominalismo –al que identifica sin más con el escepticismo– un vínculo no casual con el misticismo (se llega a Dios no a través de los nombres, de la palabra, del lenguaje, sino mediante el silencio) y con el pensamiento liberal de carácter pragmático (hay muchas formas de conocer la realidad, que por otro lado es incognoscible en última instancia, así que todas deben ser toleradas). El escepticismo, el nominalismo, el misticismo y la tolerancia liberal son, entonces, esenciales para comprender la obra de Borges además de, esto es también parte de la tesis principal de de Rest, constituir con frecuencia elementos reunidos por el pensamiento moderno. Como sucede a menudo en la crítica literaria, los textos de Borges no sólo muestran las tesis del teórico sobre su obra, sino que actúan, implícita y explícitamente, sosteniendo su valor. En efecto, Rest no sólo advierte concepciones escépticas, místicas, nominalistas y liberales en Borges sino que resulta evidente que las comparte, más allá de algunos pasajes en los que parece surgir algún cuestionamiento.


Hasta aquí un esquema del texto de Rest, pero de ningún modo la cuestión puede agotarse, en este caso, con esto. No sólo por los méritos del trabajo, que son muchos, sino por la cantidad de cuestiones que presenta, las cuales no son de ningún modo indiferentes para el estado de la crítica y la teoría literaria actual.


No dudamos que la obra de Rest capta elementos importantes en la obra de Borges y los ilumina. Es evidente que conoce la literatura y la filosofía occidental más allá de algunas cuestiones discutibles (la adscripción de Aristóteles u algunos presocráticos al nominalismo, por citar dos casos). No se puede acusar tampoco a Rest (para oponerlo a las posiciones de los críticos de Contorno) de hacer una crítica formalista, ajena a su tiempo. El texto de Rest, más bien, está, desde luego que a su modo, totalmente sumergido en su época. Nos explicamos, no es difícil ver en su nominalismo (y sobre todo en la relación que establece con la tolerancia liberal) una respuesta a otras corrientes críticas contemporáneas que , suponemos, Rest consideraría que subordinan la literatura a la política. No es menos epocal su concepción del lenguaje, la cual se conecta (como él lo señala a veces un poco forzadamente del propio Borges) con las posiciones de la entonces “nueva crítica” (Barthes, Blanchot, etc.), con la filosofía del lenguaje de fines del siglo XIX comienzos del XX (Wittgenstein, Frege, etc.) y con la lingüística (Saussure). También pertenece a su época su necesidad de pronunciarse acerca de cuáles son las “tareas del escritor” y de otros objetos de polémica. Esto es interesante porque muestra como son más las cuestiones que las posiciones sobre ellas las que marcan un momento histórico. En efecto, casi todos los críticos y los escritores de los 60 y 70 debieron responder, por caso, a la función de la literatura, al compromiso político y artístico, etc.


Nos parece más justo criticar en Rest aquellas posiciones que se mantienen hasta el presente en la crítica literaria, las cuales se presentan (a diferencia del tono argumentativo y abierto que el autor utiliza) como principios de innecesaria refutación, simplemente enunciados, ya que están dotados de una supuesta evidencia que, sospechamos, se da por parte de quienes los sostienen por un hecho.


Veamos algunos de ellos. Si el lenguaje no da con el ser el mundo, si entre el lenguaje y su objeto hay un hiato infranqueable, ¿cuál es el estatuto de la crítica?, ¿cuál es el sentido de polemizar? Por cierto no tenemos dudas que entre el signo perro y la cosa perro hay diferencias sustanciales o que la unidad de los objetos no es igual para todos los seres. También nos parece evidente que hay objetos no sensibles (parafraseando a Heidegger, no “ante los ojos”) como los que se conocen en la gramática tradicional como adjetivos abstractos, que son problemáticos para la teoría. Ahora bien, no es menos cierto que conocemos la diferencia entre lenguaje y realidad por y en el lenguaje. Así que tenemos la paradoja (que por cierto se nos ocurre que no es unilateral) que el lenguaje es a la vez lo que nos separa y nos vincula con la realidad, en suma, que es diferente pero no opuesto a ella.


Separar absolutamente al lenguaje de la realidad es problemático en otro sentido. En efecto, si el lenguaje no es “real”, ¿cuál es su entidad?, ¿apariencia? Y que no se nos diga el lenguaje es lo único real, porque entonces deberíamos recordarles a los que dicen esto que habían postulado anteriormente que el lenguaje estaba totalmente separado de la realidad, entonces, ¿cómo puede advertirla? El esquema de las oposiciones absolutas entre los objetos debe ser revisado.


Por otro lado, Rest sostiene que el nominalismo y el escepticismo son antimetafísicos porque socavan al pensamiento sistemático. Pero sucede que ellos no son menos sistemáticos (como observa de pasada el propio Rest del pensamiento humano en general y, ¡ay!, parece no notar lo que ello implica para sus tesis) y tan coherentes como otras muchas metafísicas: la realidad es incognoscible por medio del lenguaje, porque existe lo particular y no lo general, etc.


Si la metafísica es literatura fantástica en el sentido que le da al término Rest (esquemas de pensamiento meramente ilusorios), entonces no hay ninguna diferencia entre, por caso, El aleph y la Crítica de la razón pura. Pero, ¿por qué sería diferente el caso de la crítica literaria?, ¿por qué no es una rama de la literatura fantástica? o, finalmente, ¿por qué no puede suponerse que todo discurso es igual a otro e igualmente fantástico en los términos de Rest? Y si se responde que sí, que ese es el caso, habría de nuevo que ver qué se hace con el principio que nos dice que la realidad y el lenguaje son opuestos, porque si no tendríamos que darle a la afirmación el estatuto de una ilusión más (¿quizá necesaria?) y olvidarla.


Rest da a entender de manera implícita el escepticismo se distingue de la metafísica pero, en realidad él ya es metafísica. ¿El postulado que sostiene que la realidad y el conocimiento humano no pueden reunirse no es acaso metafísica pura? Lo es tanto como su contrario. La metafísica occidental no es tan fácilmente determinable debido a la pluralidad de posiciones que alberga, entre ellas, el escepticismo. Incluso los filósofos que creyeron refutar definitivamente a los escépticos (Descartes) debieron incorporar sus argumentos y, por lo tanto, los hicieron suyos.


Si queremos una relación no dogmática con la tradición, no tenemos otro modo de relacionarnos con ella que evitando sustancializarla. Desde este punto de vista, sin desconocer los méritos de Rest, practicar la exégesis, denostar sin argumentos o “interpretarlo” (aunque sea un momento necesario) contribuye más que a valorar el pensamiento, a petrificarlo. Y esta actitud parece siempre tener más que ver con el conservadurismo amante del statu quo que con una reflexión que intente ir más allá de los límites nunca infranqueables de lo dado.


Jorge Gavilán