19/2/09

Narrar como espiando



Dos hermanos

Milton Hatoum
Beatriz Viterbo
2007





Vamos sin eufemismos, sin complicadas construcciones metafóricas, a decir lo que hay que decir sobre Dos hermanos de Hatoum: es una novela excelente. Narrada desde el anonimato de una primera persona (podríamos decir que el narrador de Dos hermanos está en última persona), se teje la historia de una familia árabe en el corazón de Manaos, Brasil. Se anuda la historia en un odio común entre dos gemelos opuestos: uno, Yaqub, es el relegado, el que vuelve de un largo viaje a su país (¿de origen?), el que regresa casi de un exilio, el que perdió la costumbre de una familia, de un idioma, de los modales, vuelve a inventarse como el integrante de la familia que alguna vez fue, y triunfa; el otro, el menor, el que siempre estuvo en Manaos, el querido, el protegido, practica la constante soberbia del que se sabe dueño de un territorio, y tendrá la inercia de quien siempre se siente protegido. Por otra parte, un padre obsesionado por la pasión hacia su esposa, y que sólo ve en los hijos los culpables del quiebre en la absoluta posesión de su mujer. En Dos hermanos, las pasiones son tan intensas que se confunden: el padre ve en sus hijos a los ladrones de su mujer, y su mujer, a su vez, tiene celos enfermizos de las mujeres que acompañan a sus hijos. Si la muerte se llevara a la madre del Menor y de Yaqub, no nos equivocaríamos al decir que es viudez y no orfandad lo que describe el nuevo estado de los dos hermanos que se odian.

Una selva que quiere ser pueblo, un marido que sólo quiere ser eso: marido y no puede, una madre que quiere ser esposa de toda su familia, una hermana soltera que sólo tiene sensualidad para con los hermanos: un tumulto de voluntades y de pasiones que sólo toman sentido entre ellas: no hay lugar para el de afuera. Por eso, la única alternativa de relato es de quien narra como espiando. Una voz apagada, que estructura los arrebatos, y que de apoco, se involucra y se nos va revelando como una subjetividad fundamental. Se crea un misterio magistral sobre aquel que cuenta, sobre el que lo sabe todo; es aquel a quien debemos armar a partir de la historia que cuenta de los otros. Es producto de la historia de los otros. La sutileza con que Hatoum maneja este procedimiento en la novela es ejemplar. Durante la lectura de la novela olemos el árnica que impregna la casa, nos agobiamos con los insectos que vuelan por el jardín y sentimos mucho mucho calor. Envidiamos la sensualidad de los poemas árabes y lo intraducible de algunos términos en portugués. Cuando cerramos el libro, nos queda el sabor de esa mezcla.


Victoria Rodríguez Lacrouts