20/1/09

Una habitación para becarios



Recorre los campos
azules

Claire Keegan
Eterna Cadencia
2008






Leer un libro nuevo, de una escritora nueva (desde el punto de vista del lector) implica una mínima aventura que vacila entre la desconfianza y la entrega (¿estoy leyendo bien? –una pregunta que se quiere desterrada pero que insiste después de muchos exámenes de la carrera de Letras–) y acarrea asociaciones tal vez caprichosas. Cada una de éstas busca confirmar una interpretación o una valoración que cubre simultánea e ineludiblemente una voz singular con la biblioteca propia de quien lee (¿existe acaso otra?). Todo libro se asocia a muchos otros, aunque esto sólo hable del lector. Entonces, desde las resonancias que despierta en mí este libro de relatos (el segundo) de Claire Keegan, una escritora irlandesa nacida en 1968, con un master en creative writing (dato biográfico que incide en su escritura), traducido por Jorge Fondebrider, armo mi lectura.

El primer relato del libro, “La larga y dolorosa muerte”, es una historia sobre el proceso de escritura. ¿De dónde surge una historia? ¿Cómo se construye un personaje? ¿Cómo reconfigura una escritora sus experiencias de vida en ficción? Pero esto sólo se determina al final del relato, en el último y largo párrafo; lo que lo antecede parecen rodeos de una escritora que se resiste al trabajo, posposiciones que se muestran al final como una necesidad, como desvíos pertinentes. Pero más allá de este topos (el escritor bloqueado que encuentra inspiración), resuena un ensayo de comienzos del siglo XX de Virginia Woolf, como si el relato de Keegan fuera una continuación ficcional a comienzos del siglo XXI de Una habitación propia. En 1928, ante el pedido de dar unas charlas sobre las mujeres y la ficción, Virginia Woolf parte de la siguiente premisa para reflexionar sobre la escritura de las mujeres: “una mujer tiene que tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción”. De esta afirmación se desprende una historia de la literatura inglesa que se detiene en el lugar en que distintas escritoras produjeron sus libros (la habitación, la casa, el lugar específico de Gran Bretaña). El relato de Claire Keegan continúa desde la ficción esa historia trazada por Virginia Woolf: qué necesita una escritora a comienzos del siglo XXI para producir ficción, qué lógica particular del trabajo del escritor funciona en este momento en cierta parte de Europa y Estados Unidos.

En “La larga y dolorosa muerte”, la escritura ya no aparece como una actividad personal (si uno se deja llevar por la descripción que hace Virginia Woolf de la forma de escribir de, por ejemplo, Jane Austen), sino como una responsabilidad contractual determinada por una beca que incluye una casa prestada y profesores de letras que controlan su cumplimiento (y aparecen para interrumpir y generar el trabajo de la escritora). La escritura se crea entre una red de becarios que repiten en un mismo espacio –un espacio ajeno pero que establece una pertenencia a un grupo– un mismo accionar (según el académico) y legitima así una profesión que ya no se reclama para las mujeres (como hacía Virginia Woolf en su ensayo), sino que se presupone. Pero al mismo tiempo que se da por sentada su legitimidad, esta se cierra en un ámbito de especialistas, aunque este no vuelva a aparecer en el resto de los relatos. En tanto apertura, esta primera ficción se expande en la lectura de las restantes: único cuento que ficcionaliza la escritura, establece un tono que se repite en los otros, como si fuera esta escritora sin nombre la que demostrara su saber profesional en los relatos que están a continuación.

Recorre los campos azules está conformado por otros siete relatos que muestran una precisa y cuidadosa construcción de la frase (o tal vez esta sea producto de la traducción; como no conozco el texto en inglés, no puedo aventurar su “fidelidad”, concepto bastante variable, por otra parte, en la historia de esta actividad) y que sumergen al lector no tanto en un espacio, al que alude su título, sino en un estado de ánimo, insinuado también por éste. Ubicados en distintos ámbitos –predominan los campos irlandeses pero despuntan otros no urbanos, “Cerca de la orilla del agua” transcurre en un resort de Estados Unidos–, y épocas –a diferencia de la mayoría de los cuentos que remiten a una actualidad no marcada, la historia de “Rendición (a la manera de McGahern)” se sitúa en la Segunda Guerra Mundial–, todos los cuentos se comunican por una vaga melancolía que los recorre persistentemente. No hay sentimientos extremos, aunque hay situaciones (abuso infantil, incendios, abandonos, intentos de suicidio) que generarían escenas melodramáticas en relatos convencionales. Hay personajes encerrados en su soledad (los diálogos son escasos) que se configuran en un muestreo de procedimientos literarios habilidosamente distribuidos: una narración en segunda persona en “El regalo de despedida”; la fragmentación del punto de vista en “La hija del guardabosques” –que incluye el del perro de la familia– que mantiene, sin embargo, una sensación de continuidad entre un personaje y otro; ciertas referencias estilizadas a los cuentos maravillosos en “La noche de los serbales”.

Manejo de procedimientos literarios, pero no regodeo ni exhibicionismo. Los relatos de este libro delinean historias que podrían ser trágicas o melodramáticas pero que se transitan como situaciones cotidianas en las que sobresalen los personajes. Se generan sensaciones que se contienen y se expanden con un sereno desasosiego por campos verdes y azules de Irlanda, pero también por los campos raleados por el fuego y la sequía que acompañaron del otro lado de una ventanilla mi lectura del libro.

Paulina A. Bettendorff