Fantasmas de
Malvinas. Un libro de
viajes
Federico Lorenz
Eterna Cadencia
Escribir una crónica siempre implica un intento fracasado de atrapar el tiempo, lo que nos garantiza intentarlo una y otra vez. “La Crónica es bien sudaca y es –quizás por eso- un anacronismo. La crónica era el modo de contar cuando no existían otras”, observa Martín Caparrós, un ineludible referente del género no ficción de cabotaje. ¿Se imagina una mejor forma de trasladarse a las islas Malvinas sino a través de la potencia de un texto? Federico Lorenz pintó las páginas de Fantasmas de Malvinas de gris, blanco y rojo para que el lector componga los paisajes de las islas, agrestes y vírgenes, que permanentemente compara con ciudades continentales de la Isla Grande como San Julián, Lapataia y Río Grande.
La historia ha hecho que muchos, como fantasmas, hayamos estado en las islas Malvinas sin haberlas siquiera pisado. Ubicadas en el imaginario colectivo desde la escuela, el archipiélago fue simbolizado y detenido el tiempo en la guerra. A instancias de un documental radial para la BBC, Lorenz en 2007 tuvo la oportunidad de conocerlas bajo la paradoja de sentir que viajaba por primera vez a un lugar en el que ya había estado, de regresar a donde nunca fue. Bajo el cambiante cielo de las islas, que se mimetizan con un lugar plagado de misterios, el historiador logró un relato de sobria belleza tras extensas conversaciones con isleños, visitas a antiguas posiciones con ex soldados y recopilación de datos, así como reflexiones sobre hechos, responsabilidades y derecho.
Pero el libro no se agota en una crónica, “si un historiador especialista en la guerra de Malvinas escribe un libro sobre su viaje a esas islas, ¿el resultado es un libro de historia? Creo que sí: fueron mi sensibilidad, mi formación y mi información sobre un tema los que me hicieron elegir unos lugares y no otros, unas miradas por sobre otras posibles”, dice.
Cartas, testimonios, artículos periodísticos, lecturas, pasajes literarios y conversaciones: recursos que se articulan con inteligencia y sensibilidad en 23 textos que le dan especificidad al libro para describir la experiencia de visitar un territorio donde los límites temporales y materiales, así como las fronteras entre los vivos y los muertos, se diluyen.
Entramos a Malvinas por el cementerio argentino, con sus voces, con su viento, con sus huecos de ausencia infinita, y la nostalgia por ese lugar en el que nunca se estuvo porque siempre estuvo en nosotros: “Malvinas es, sobre todo, una gran pregunta, rara mezcla de orgullo, dolor y, para muchos, vergüenza”. Cada texto del libro es un viaje dentro del viaje. Son las imágenes que despertaron en la memoria de Lorenz: sus recorridos por Malvinas. Algunos escritos en el archipiélago; otros en el continente. La mayoría, como es previsible, estaban en su cabeza mucho antes de que la posibilidad del viaje a las islas existiera. Por caso, uno de los textos titulado “Malditos sean”, fundada analogía entre los jóvenes muertos en el boliche República Cromañón y los combatientes de Malvinas. “Tiradas en el campo de batalla, lavadas por la lluvia y estragadas por el tiempo, o colgadas de un poste en Once, tiznadas por el humo con sus dueños, o en cualquier esquina del conurbano, las zapatillas blancas son una marca identitaria argentina: somos una sociedad filicida, una sociedad que se come a los jóvenes”.
Un viaje es una forma de preguntar. Para Lorenz un viaje a Malvinas tiene más de regreso que de descubrimiento, regreso a la guerra de 1982 a partir de las imágenes y sensaciones que le despertaron desde la noción de su simple existencia. Italo Calvino, en Las ciudades Invisibles, definió con lucidez que “de una ciudad no disfrutás las siete o las setenta maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya”. Y Lorenz inmortaliza la suya en Fantasmas de Malvinas.