del Servicio de Salud Mental del Hospital Teodoro Álvarez
editan: Corina Maruzza y Estefanía Mezza
“Es impresionante dar con un compás intacto.” Estas son las palabras con las que Estefanía Meza y Corina Maruzza abren este nuevo número de Teodoro, una publicación que lleva 6 años de vida y que se organiza gracias a las colaboraciones que aportan los concurrentes al taller de hospital de día del Hospital Teodoro Álvarez.
No se trata de una revista comercial, allí no impulsan nuevas tendencias ni producen un imaginario a tanto el peso. Sus escritos nacen en los encuentros que los internos del nosocomio del barrio de Paternal ofrecen, y estos se dan como una “donación” del tiempo en que allí permanecen personas con cualidades especiales.
El proyecto remeda, aunque en un nuevo soporte, las iniciativas que impulsan en otras instituciones de la ciudad de Buenos Aires, y tal vez como la otra más reconocida, la radio La Colifata, apunta a presentar formas alternativas de encarar lo que otros esquivan. El resultado es por demás enriquecedor, porque de otra manera quedaría oculto, y ocultos, sus responsables.
A lo mejor cause escozor, allí se experimenta a lo grande, en este caso, con el lenguaje. Ese instrumento humano que hizo, en algún momento, perder el camino a los que en Teodoro se expresan. La experimentación es un factor clave en propuestas de estas características.
En Teodoro no vamos a encontrar una lógica ‘centrada’, pero la calidad de la revista haría volar de envidia a otras propuestas. Sus colaboradores alternan los talleres del hospital de día, y entre sesiones de terapia y juegos de mesa, tardes de sol y vagabundeo en los pabellones, entregan a sus responsables los textos e ilustraciones que constituyen el material de Teodoro.
Colaboradores que han salido, fantasmas de guardapolvo, tales como Alejandro Brain y Mariela Trillo, coordinadores del proyecto en sus nuevas entregas, recopilan las creaciones de Néstor Fabián Morel, José Yú, Carlos Benac, Jonathan Repka, Marcelo De Luca y más, pastiches de internet compuestos por ellos mismos, Alberto Warriner, Roberto, Nito, Pablo Rivadera, Crisitan López Paredes, Hernán Tejera e Irina Tozzola.
Llama la atención que Teodoro se haga exclusivamente con material que sale del taller que coordinan Estefanía y Corina. No hay añadidos de grandes publicaciones ni ilustraciones de otros artistas que los chicos del Álvarez. En sus páginas se dan a la improvisación, seguramente sin advertir que hoy estas palabras se estén escribiendo acerca de ellos, muchos de ellos no sueñan con volver al mundo.
“Mientras escribo esto escucho: ‘el show debe continuar’ de Queen. Y un flash me viene a la mente: que no deja de ser una noche de primavera espectacular, tan espectacular, que no se que hacer con mi livido.” Otros obtienen sus drogas de manos de los enfermeros, y entre ellos Pablo Rivadera, se contenta con tener a su lado a su perrita Gertrudis. Como la Stein, la escritora norteamericana que murió en Paris.
Algunos de ellos están inmersos en una trama que los ha dejado de lado, irrecuperables, ellos mismos atentan contra una posible recuperación y la ilusión que ofrece Teodoro les abre posibilidades que no imaginan. Allí los esperan cuando despierten.
Otros en cambio, poetas incurables arremeten con el lenguaje en la revista que fundara Pedro D’Auría: “La montaña me da vida y oxígeno para seguir luchando cuando vuelva a la civilización que es la contracara de ese lugar.” U otros, pintan la vida cotidiana de puertas adentro: “Pocho viene a hacer sociales a la sala y de paso si sobra comida el camarero de turno le da una bandeja.
‘¿Todos están comiendo?’ grita casi desesperado Pocho ante una respuesta negativa que él quisiera que fuera sí.
‘No’ fue la respuesta.
“Si nosotros nos ponemos a reflexionar para que la respuesta sea afirmativa la pregunta debería ser: ‘¿Todos tienen bandeja?’
Y es así: la tercera pregunta de Pocho fue esa y recibió como premio una bandeja, dos pasteles de carne y dos bananas.”
No se trata de una revista comercial, allí no impulsan nuevas tendencias ni producen un imaginario a tanto el peso. Sus escritos nacen en los encuentros que los internos del nosocomio del barrio de Paternal ofrecen, y estos se dan como una “donación” del tiempo en que allí permanecen personas con cualidades especiales.
El proyecto remeda, aunque en un nuevo soporte, las iniciativas que impulsan en otras instituciones de la ciudad de Buenos Aires, y tal vez como la otra más reconocida, la radio La Colifata, apunta a presentar formas alternativas de encarar lo que otros esquivan. El resultado es por demás enriquecedor, porque de otra manera quedaría oculto, y ocultos, sus responsables.
A lo mejor cause escozor, allí se experimenta a lo grande, en este caso, con el lenguaje. Ese instrumento humano que hizo, en algún momento, perder el camino a los que en Teodoro se expresan. La experimentación es un factor clave en propuestas de estas características.
En Teodoro no vamos a encontrar una lógica ‘centrada’, pero la calidad de la revista haría volar de envidia a otras propuestas. Sus colaboradores alternan los talleres del hospital de día, y entre sesiones de terapia y juegos de mesa, tardes de sol y vagabundeo en los pabellones, entregan a sus responsables los textos e ilustraciones que constituyen el material de Teodoro.
Colaboradores que han salido, fantasmas de guardapolvo, tales como Alejandro Brain y Mariela Trillo, coordinadores del proyecto en sus nuevas entregas, recopilan las creaciones de Néstor Fabián Morel, José Yú, Carlos Benac, Jonathan Repka, Marcelo De Luca y más, pastiches de internet compuestos por ellos mismos, Alberto Warriner, Roberto, Nito, Pablo Rivadera, Crisitan López Paredes, Hernán Tejera e Irina Tozzola.
Llama la atención que Teodoro se haga exclusivamente con material que sale del taller que coordinan Estefanía y Corina. No hay añadidos de grandes publicaciones ni ilustraciones de otros artistas que los chicos del Álvarez. En sus páginas se dan a la improvisación, seguramente sin advertir que hoy estas palabras se estén escribiendo acerca de ellos, muchos de ellos no sueñan con volver al mundo.
“Mientras escribo esto escucho: ‘el show debe continuar’ de Queen. Y un flash me viene a la mente: que no deja de ser una noche de primavera espectacular, tan espectacular, que no se que hacer con mi livido.” Otros obtienen sus drogas de manos de los enfermeros, y entre ellos Pablo Rivadera, se contenta con tener a su lado a su perrita Gertrudis. Como la Stein, la escritora norteamericana que murió en Paris.
Algunos de ellos están inmersos en una trama que los ha dejado de lado, irrecuperables, ellos mismos atentan contra una posible recuperación y la ilusión que ofrece Teodoro les abre posibilidades que no imaginan. Allí los esperan cuando despierten.
Otros en cambio, poetas incurables arremeten con el lenguaje en la revista que fundara Pedro D’Auría: “La montaña me da vida y oxígeno para seguir luchando cuando vuelva a la civilización que es la contracara de ese lugar.” U otros, pintan la vida cotidiana de puertas adentro: “Pocho viene a hacer sociales a la sala y de paso si sobra comida el camarero de turno le da una bandeja.
‘¿Todos están comiendo?’ grita casi desesperado Pocho ante una respuesta negativa que él quisiera que fuera sí.
‘No’ fue la respuesta.
“Si nosotros nos ponemos a reflexionar para que la respuesta sea afirmativa la pregunta debería ser: ‘¿Todos tienen bandeja?’
Y es así: la tercera pregunta de Pocho fue esa y recibió como premio una bandeja, dos pasteles de carne y dos bananas.”
Santiago Meilán