El florete
Santiago Sturai
Biatriz Viterbo, 2007
Entre los modos en que puede ser analizada esta novela quizás el más interesante es el del modo que adquiere su lenguaje en sus mejores pasajes.
El florete comienza con un duelo de esgrima que enfrenta a Adolfo Acosta –terrateniente de la pampa húmeda, dandy, playboy– con Juan Tolvián –ex empleado de un frigorífico– por una cuestión de honor. Uno de los contendientes, Acosta, acusa al otro de haber desflorado a su novia, con la que pretende casarse en poco tiempo.
A partir de esta situación inicial, el relato –ambientado en la pampa húmeda, Buenos Aires y París- se orienta al pasado de los protagonistas. Así, aparecen todas las circunstancias que los llevaron a enfrentarse junto con sus respectivos pasados.
En sus mejores momentos, la novela se constituye con dos lenguajes, unidos y al mismo tiempo divergentes. Uno es literario, solemne, abstracto, deudor de la novela de caballerías y también, en parte, del folletín de aventuras. El otro, aunque tampoco carente de relaciones con la literatura, es vulgar, escatológico, material, construido con el léxico y los modos del castellano de la Argentina.
El primer lenguaje es paródico en sí mismo, con sus términos pedantes provenientes del inglés, el francés, el latín y el alemán. En él se muestra el al parecer inexorable ridículo de la hipercorrección, del academicismo que cae en el absurdo por la ausencia de sentido que genera. Detrás de su forma, si se quiere establecer un vínculo con la tradición, tal vez esté la voz de Bustos Domecq.
Superpuesto al primer lenguaje se da el otro, que refuerza el efecto cómico frecuente en el relato. Lo “alto”- ya paródico por sí- es disuelto en lo bajo. La lengua oral, inmediata, escatológica, absorbe los artificios, el saber abstracto sobre todo, y se burla de sus pretensiones contraponiéndose a él. El vínculo con la estética de Leopoldo Marechal y con el grotesco –criollo o no- no parece casual.
Junto a las figuras de las novelas de caballería- el duelo, el honor de la dama, etc.- las formas realistas también aportan a la configuración del relato. Descripciones minuciosas de objetos, desarrollo en “interioridad” de los personajes, multiplicidad de clases sociales y reflexiones políticas señalan, entre otros elementos, esta estética.
El florete se constituye de elementos habituales sin buscar innovaciones formales. No por eso deja de ser un relato eficaz, sobre todo en sus logrados momentos de humor.
Jorge E. Gavilán