12/9/09

Sobre Tragamonedas




Tragamonedas

Viviana Lysyj

Alfaguara, 2008

225 páginas





Un variado grupo de personajes se desplaza por una puesta que representa una Buenos Aires construida para la ocasión por Viviana Lysyj. Una coreografía de timming medido, preciso, compacto, los va trasladando de una escalera lateral a la lluvia, a un escenario, a la cima de una montaña, a las calles del 19 y 20, a un baño, al fondo del mar. Y los que se mueven con cierta gracia patética al ritmo de un reggaeton, Tchaikovsky y un poco de música experimental a cargo de un xilofón y una computadora, no sólo son bailarines, sino madres, tíos, conductores de grúas, profesores de natación y tortugas. Es un corte transversal de la ciudad, el collage que puede apreciarse en una fracción de segundo, cuando dejamos que dos o tres de nosotros actúen mientras el mundo se detiene a mirarlos.

Cierta emergencia, arrebato, energía, nos impulsa a leer hasta quedar agotados, sin aliento: la narración en tiempo presente, efímero, huidizo, y capítulos sin puntos producen un vértigo que nos empuja hacia delante, leyendo estas fotografías ensambladas en stop motion, que nos anticipan el próximo paso.

Cada uno de los personajes constituye un tipo, algo que reconocemos como cotidiano, aunque propio y ajeno a la vez, en el cruce tenso de aquellas relaciones que nos liberan de nuestros miedos y nos limitan en nuestros deseos. El querer y el deber ser es una batalla que toma forma no sólo en la interacción de estos sujetos sino en su propio cuerpo y cada uno lo resuelve a su manera, ninguno se queda quieto.

Ésa es la consigna de la coreógrafa/autora quien los va moviendo cual marionetas con cierta levedad y torpeza: “yo busco un amor total, y el castigo para los que buscamos eso es un permanente estado de fugacidad” dice la coreógrafa. Eso que parece tonto en un mundo cínico deja sus marcas. No es casual que los personajes queden atrapados en el deseo. Largas descripciones de los encuentros que se producen entre ellos ponen en primer plano la necesidad de contacto a la vez que traza una delicada línea que los une y los separa. El amor, como el tiempo, es presente, es fugaz y sólo se percibe en los temblores que atraviesan el cuerpo en éxtasis.

Con la sexualidad a flor de texto, superando lo explícito y lo obsceno, el narrador construye desde lo sexual y corporal su política frente al mundo y permite que los personajes lo interrumpan de vez en cuando. En ese momento “la bailarina de trastornos alimenticios” deja de ser una figurita a rellenar con algún contenido de nuestra propia historia para adquirir su propio peso específico. Así ocurre con cada personaje en que la anonimia se complementa con estos roles genéricos: la coreógrafa, la madre, el bailarín, el hamburgués.

Entre el cliché y la desestructura del deseo, los personajes se conectan por medio del cuerpo entre ellos y su realidad. Todo pasa por las vísceras: un recuerdo que provoca frío, música que produce inspiración en el cuerpo. Incluso los animales son psicodélicos y eróticos; si hasta a la tortuga le gusta masticar cannabis.

Cada espacio puede ser íntimo y sexual: el escenario de la danza y el del sexo es uno, especialmente el que se plantea como escena, como teatro, para dar lugar a una puesta, con todas las letras. Cada elemento puede llenarse de cuerpo: desde una escalera de un edificio, lugar propicio para el encuentro sexual de dos extraños, hasta los despojos de una bailarina en el inodoro, o una bombacha juguetona en la cabeza de una tortuga.

La trama se estrecha también a nivel textual. Ecos de frases, palabras, ideas, van conectando a través de distintos elementos a cada uno de los personajes, armando una imagen con fragmentos que se superponen, se solapan y dan como resultado una figura que, cual ilusión óptica, se diluye para ser otra un segundo después.

Un extenso e intenso capítulo sobre las noches del 19 y 20 de diciembre de 2001 entran en el libro con cierta fricción. Un título que pone, de nuevo, a nivel sexual aquellas escenas imborrables en nuestra historia y la energía pulsional queda entonces al servicio de eventos políticos. Es que así es el libro, todo junto y separado a la vez, en plena batalla, lleno de movimiento, la clase alta y la baja, la hija y la madre, realidad y delirio que explotan al unísono y suenan ¡POP!

Anahí Bravo Mariani