29/9/09

Caja tomada





La caja

Gabriel Reches

Interzona

2008.









Esta primera novela publicada del poeta Gabriel Reches (Buenos Aires, 1968) tiene, como toda primera novela (como el Quijote, digamos), un personaje que se roba la novela: un obsesivo, un delirante, un fracasado. Ese es el Ruso, el narrador que ha sufrido la muerte de un padre, que convive con su novia Tilo, que tolera a su amigo Milo, todo en el ambiente por lo menos raro, bastante paranoico, sutilmente decadente de la Buenos Aires de fines del menemismo. El Ruso es esencialmente un poeta de los noventa, que escribe y reescribe una obra interminable titulada agendas, que marca de alguna manera el tiempo de sus días y los días de su tiempo, aunque nada de su poética se nos deja leer en el transcurso de la novela: solamente tenemos su voz, herramienta del poeta, para suponer lo que esa obra podría significar o decir. En la narración de su opaca vida, plagada de observaciones y juegos con el lenguaje propios de un poeta, el Ruso va pintando su aldea macabra, ascética, definitivamente perdida.


La accidental y terrible muerte de su padre marca el relato de punta a punta, pero también un teclado Korg y, sobre todo, la caja que lo contiene. Un teclado que no debería estar ahí, en esa casa, en esa caja, caja que termina vacía como vacía parece la vida del pobre Ruso. Llenar ese vacío es la tarea que ese narrador vacío emprende desde el principio sin terminar de emprenderla nunca. Deshacerse de la caja es, sin embargo, más difícil. Algo de la obsesión de El silenciero de Di Benedetto, algo del fracaso de Acerca de Roderer de Martínez brillan como apagándose en la música verbal de La caja y de su personaje central, pero con un poco más de color local (un color oscuro, por cierto).


Crear un personaje con esas características puede resultar complicado, pero Reches sale del paso por medio de observaciones ácidas y originales acerca del mundo que lo rodea y en el que se regodea, con escenas que se construyen lentamente hacia un final espasmódico y cerrado, que explica puertas adentro el desarrollo agobiante por momentos, y atrapante, de esta novela. Estructurada en cuatro partes, con capítulos más o menos largos que señalan el camino de este antihéroe tan de nuestra época, La caja pone a su protagonista en la situación de volverse interesante y lo consigue gracias a su uso particular del lenguaje y a su punto de vista siempre atento y un poco sesgado, en lugar de hacerlo juguete de una obsesión constitutiva. En el vacío de sentido propio de la época que cuenta, el Ruso tiene que encontrar un significado o, en todo caso, construirlo, inventarlo, y se permite hacerlo con armas válidas e incluirnos en él para que también nosotros tratemos de entenderlo. En esa caja vacía y ubicua hay más de una metáfora de los noventa, hay más de lo que se ve a simple vista.


Hernán Martignone