Mierda
Por Elsa Kalish
Patrimonio. Una historia verdadera, de Philip Roth, traducción de Ramón Buenaventura, editorial Seix Barral, segunda edición argentina: 2007.
Cómo se escribe una reseña. No tengo ni idea. El año pasado intente garabatear una reseña sobre una pequeña y bella novelita de Jorge Viera, Mientras gira el viento, y era tan mala, que los editores de elinterpretador me la rebotaron. Ahora, después del fracaso rotundo y estrepitoso de aquella primera reseña mía acerca de la novela de Jorge Viera, Mientras gira el viento, vuelvo a intentarlo, con otra pequeña y bella novelita. Tengo frente a mi, Patrimonio, de Philip Roth.
A Philip Roth lo conocí una tarde inverosímil del 98 boludeando en la librería de usados Los Cachorros de Parque Centenario. Creo que encontré en las bateas de un peso de Los cachorros su novela Mi vida como hombre, editada por EMECE, o El lamento de Portnoy, editada por Bruguera·Libro Amigo. En todo caso, Mi vida como hombre y El lamento de Portnoy, fueron las primeras cosas que leí de Roth, al módico precio de un peso cada una. Luego encontraría en las librerías de saldo de Corrientes a ocho o diez mangos El teatro de Sabbath y Operación Shylock, publicadas por Alfaguara. Y después, en fin, fui rastreando sus novelas por cuanta librería de Buenos Aires pasara. No puedo evitar pasar por una librería y no detenerme, entrar, ver, revolver.
¿Debería, ya que es una reseña, dar cuanta de dónde nació Philip Roth, señalar cuales son sus obras mas destacadas, y fecharlas, y ponerlo dentro de una serie, una tradición y mencionar minimamente de qué van esas obras destacadas? Supongo que debería. Pero hay tantas cosas que debería hacer y no hago en mi vida que por qué preocuparme por cómo debería escribir esta reseña. Si no se cómo carajos vivir y sin embargo respiro, por qué preocuparme y no simplemente hablar sobre Roth y ya. Bien, sigamos, que mas da.
Patrimonio cuenta la relación de Philip Roth con su padre, a partir de un tumor cerebral que se le declara al viejo a los 86 años. Patrimonio es una novela con final cantado, el padre se muere. Patrimonio es la herencia que recibe un hijo de su padre. “Mierda”. Y Roth, con ese patrimonio, ese pasado, esa herencia, esa mierda, a partir de apuntes que toma mientras acompaña a su padre ante la muerte, escribe esta novela. ¿Literatura autobiografica, ficción? Qué se yo, qué me importa. Roth sabe narrar y Patrimonio es un gran relato que se lee de un tirón. Después de todo esto es una reseña que escribo porque me copó un libro y quiero trasmitir eso y no empezar a mandar fruta en un texto para presentar en un congreso para sumar porotos en mi curriculum para subir peldaños en el escalafón académico.
Ya en otras novelas, Philip Roth, que hay que señalar, tiene un sentido del humor y la ironía geniales, ha satirizado el problema de la herencia. Por ejemplo, en El lamento de Portnoy o El teatro de Sabbath, aparece la problemática figura de la madre, de la idish mame—claro, Roth, es un escritor americano, 100% americano, pero que se ha criado en un hogar judío no ortodoxo—, y en La lección del maestro y Operación Shylock juega con el problema de la torturada y pesada memoria judía del siglo XX. Y con Patrimonio se mete con la herencia paterna, que a diferencia de otras novelas suyas carece de humor, pero no de ironía.
No recuerdo muchos libros dedicadas al padre. La invención de la soledad, de Paul Auster—probablemente la única novela leíble de un escritor infumable—, los Cuentos de los años felices, del gordo Soriano y, quizás, el Barón Biza de Christian Ferrer—que no es una novela, pero que se podría leer como la parte de la historia que le falta y reclama la novela de Jorge Barón Biza, El desierto y su semilla, novela que si en lugar de tener el tono frió y objetivo con el que Michel Houellebecq narra magistralmente Las partículas elementales hubiera optado por el tono desquiciado de las voces rencorosas y llenas de odio que vomitan su delirio de los personajes de ¡Absalón, Absalón! de Faulkner, esa novela, El desierto y su semilla, sería, sencillamente, una obra cumbre.
Hace un mes atrás, cuando pase por la librería de usados y saldos, El banquete, de Pampa casi esquina Ciudad de la paz, y encontré en ella un piloncito de patrimonios de Roth en un estante de saldos, les envié un mail a Inés y Camila, que suelen pasar por esa librería, recomendándoles que cuando vayan al Banquete no dejaran de comprar la novela de Roth. Y cebada, en mi rol de asesora literaria, les escribía, que leyendo una novela como Patrimonio una se da cuenta lo buena y viva que esta la novela americana frente a la europea muerta hace más de medio siglo y la argentina que nunca ha podido traspasar el umbral de las buenas intenciones correctas y mariconas. Puede que me haya excedido un poco en mi observación—acerca de la literatura argentina, claro, porque la europea hace décadas es un socotroco marca Cañon—, pero la literatura americana desde principios del siglo XX a hoy no ha dejado de ser una máquina de sacar buenos narradores, cosa que no sucede aquí, y mucho menos en Europa, miren, si no, cito de memoria: Bierce, London, Cadwell, Faulkner, Chandler, Dick, Capote, Cheever, Burroughs, Pynchon, Bukowski, McCarthy, Tom Wolfe, Ellroy, ¡¡¡Sthepen King!!!, Lorrie Moore, Palaniuk, Ford, Ruso, Franzen y la puta que los parió, qué bien que escriben los americanos. Y Philip Roth, claro, aunque tenga novelas que no valen nada, como esa novelita cuyo titulo me fascina Cuando ella era buena.
Pero volviendo a Patrimonio, creo que la novela recoge un problema sartreano, o no, pero yo lo leo así, qué tanto, soy yo— y ese “soy yo”, que escribo, no puede olvidar la obsesiva pregunta que siempre se ha formulado Sthepen King a la hora de sentarse a escribir: ¿quién soy yo cuando escribo?— la que esta hablando a partir de lo que ha leído y a mi se me antoja que eso esta en el texto, qué tanto, che: el problema no es tanto saber que han hecho con uno sino qué es capaz de hacer uno con eso que le han hecho. La herencia, el patrimonio, la mierda que se hereda no se quita, jamás. Lo que sí, hay formas y formas, de llevarla. La novela de Philip Roth no explica cuál seria su mejor forma ni mucho menos. Philip Roth es un escritor, no un boludo que te dice cómo tenes que vivir para ser feliz. Y hace algo mucho mejor, narra “una historia verdadera”. Gracias, Roth, por todos estos años de buena literatura, que de algún modo, ya son parte de mi patrimonio, de mi herencia, de mi propia mierda.
Por Elsa Kalish
Patrimonio. Una historia verdadera, de Philip Roth, traducción de Ramón Buenaventura, editorial Seix Barral, segunda edición argentina: 2007.
Cómo se escribe una reseña. No tengo ni idea. El año pasado intente garabatear una reseña sobre una pequeña y bella novelita de Jorge Viera, Mientras gira el viento, y era tan mala, que los editores de elinterpretador me la rebotaron. Ahora, después del fracaso rotundo y estrepitoso de aquella primera reseña mía acerca de la novela de Jorge Viera, Mientras gira el viento, vuelvo a intentarlo, con otra pequeña y bella novelita. Tengo frente a mi, Patrimonio, de Philip Roth.
A Philip Roth lo conocí una tarde inverosímil del 98 boludeando en la librería de usados Los Cachorros de Parque Centenario. Creo que encontré en las bateas de un peso de Los cachorros su novela Mi vida como hombre, editada por EMECE, o El lamento de Portnoy, editada por Bruguera·Libro Amigo. En todo caso, Mi vida como hombre y El lamento de Portnoy, fueron las primeras cosas que leí de Roth, al módico precio de un peso cada una. Luego encontraría en las librerías de saldo de Corrientes a ocho o diez mangos El teatro de Sabbath y Operación Shylock, publicadas por Alfaguara. Y después, en fin, fui rastreando sus novelas por cuanta librería de Buenos Aires pasara. No puedo evitar pasar por una librería y no detenerme, entrar, ver, revolver.
¿Debería, ya que es una reseña, dar cuanta de dónde nació Philip Roth, señalar cuales son sus obras mas destacadas, y fecharlas, y ponerlo dentro de una serie, una tradición y mencionar minimamente de qué van esas obras destacadas? Supongo que debería. Pero hay tantas cosas que debería hacer y no hago en mi vida que por qué preocuparme por cómo debería escribir esta reseña. Si no se cómo carajos vivir y sin embargo respiro, por qué preocuparme y no simplemente hablar sobre Roth y ya. Bien, sigamos, que mas da.
Patrimonio cuenta la relación de Philip Roth con su padre, a partir de un tumor cerebral que se le declara al viejo a los 86 años. Patrimonio es una novela con final cantado, el padre se muere. Patrimonio es la herencia que recibe un hijo de su padre. “Mierda”. Y Roth, con ese patrimonio, ese pasado, esa herencia, esa mierda, a partir de apuntes que toma mientras acompaña a su padre ante la muerte, escribe esta novela. ¿Literatura autobiografica, ficción? Qué se yo, qué me importa. Roth sabe narrar y Patrimonio es un gran relato que se lee de un tirón. Después de todo esto es una reseña que escribo porque me copó un libro y quiero trasmitir eso y no empezar a mandar fruta en un texto para presentar en un congreso para sumar porotos en mi curriculum para subir peldaños en el escalafón académico.
Ya en otras novelas, Philip Roth, que hay que señalar, tiene un sentido del humor y la ironía geniales, ha satirizado el problema de la herencia. Por ejemplo, en El lamento de Portnoy o El teatro de Sabbath, aparece la problemática figura de la madre, de la idish mame—claro, Roth, es un escritor americano, 100% americano, pero que se ha criado en un hogar judío no ortodoxo—, y en La lección del maestro y Operación Shylock juega con el problema de la torturada y pesada memoria judía del siglo XX. Y con Patrimonio se mete con la herencia paterna, que a diferencia de otras novelas suyas carece de humor, pero no de ironía.
No recuerdo muchos libros dedicadas al padre. La invención de la soledad, de Paul Auster—probablemente la única novela leíble de un escritor infumable—, los Cuentos de los años felices, del gordo Soriano y, quizás, el Barón Biza de Christian Ferrer—que no es una novela, pero que se podría leer como la parte de la historia que le falta y reclama la novela de Jorge Barón Biza, El desierto y su semilla, novela que si en lugar de tener el tono frió y objetivo con el que Michel Houellebecq narra magistralmente Las partículas elementales hubiera optado por el tono desquiciado de las voces rencorosas y llenas de odio que vomitan su delirio de los personajes de ¡Absalón, Absalón! de Faulkner, esa novela, El desierto y su semilla, sería, sencillamente, una obra cumbre.
Hace un mes atrás, cuando pase por la librería de usados y saldos, El banquete, de Pampa casi esquina Ciudad de la paz, y encontré en ella un piloncito de patrimonios de Roth en un estante de saldos, les envié un mail a Inés y Camila, que suelen pasar por esa librería, recomendándoles que cuando vayan al Banquete no dejaran de comprar la novela de Roth. Y cebada, en mi rol de asesora literaria, les escribía, que leyendo una novela como Patrimonio una se da cuenta lo buena y viva que esta la novela americana frente a la europea muerta hace más de medio siglo y la argentina que nunca ha podido traspasar el umbral de las buenas intenciones correctas y mariconas. Puede que me haya excedido un poco en mi observación—acerca de la literatura argentina, claro, porque la europea hace décadas es un socotroco marca Cañon—, pero la literatura americana desde principios del siglo XX a hoy no ha dejado de ser una máquina de sacar buenos narradores, cosa que no sucede aquí, y mucho menos en Europa, miren, si no, cito de memoria: Bierce, London, Cadwell, Faulkner, Chandler, Dick, Capote, Cheever, Burroughs, Pynchon, Bukowski, McCarthy, Tom Wolfe, Ellroy, ¡¡¡Sthepen King!!!, Lorrie Moore, Palaniuk, Ford, Ruso, Franzen y la puta que los parió, qué bien que escriben los americanos. Y Philip Roth, claro, aunque tenga novelas que no valen nada, como esa novelita cuyo titulo me fascina Cuando ella era buena.
Pero volviendo a Patrimonio, creo que la novela recoge un problema sartreano, o no, pero yo lo leo así, qué tanto, soy yo— y ese “soy yo”, que escribo, no puede olvidar la obsesiva pregunta que siempre se ha formulado Sthepen King a la hora de sentarse a escribir: ¿quién soy yo cuando escribo?— la que esta hablando a partir de lo que ha leído y a mi se me antoja que eso esta en el texto, qué tanto, che: el problema no es tanto saber que han hecho con uno sino qué es capaz de hacer uno con eso que le han hecho. La herencia, el patrimonio, la mierda que se hereda no se quita, jamás. Lo que sí, hay formas y formas, de llevarla. La novela de Philip Roth no explica cuál seria su mejor forma ni mucho menos. Philip Roth es un escritor, no un boludo que te dice cómo tenes que vivir para ser feliz. Y hace algo mucho mejor, narra “una historia verdadera”. Gracias, Roth, por todos estos años de buena literatura, que de algún modo, ya son parte de mi patrimonio, de mi herencia, de mi propia mierda.