16/6/09

El regreso del autor muerto


Mi cuerpo es una celda
Andrés Caicedo Alberto Fuguet
Norma
2008



Le dije al monje: ¿Y usted cree en eso?

Murmuró: No lo sé.

Insistí: Si sobre la tierra existieran otros seres diferentes a nosotros,

¿cómo es posible que no los conozcamos desde hace tiempo,

cómo es posible que usted no los haya visto nunca,

cómo es posible que yo no los haya visto?

(“El Horla”, Guy de Maupassant, 1887.)


Mi cuerpo es una celda es un libro que debería ser leído por cualquiera que alguna vez haya escuchado el nombre de Andrés Caicedo: el Kourt Cobain de la literatura; el James Dean de la máquina de escribir; el Jerry Lewis de la tragedia; el rey de la primera persona; el gótico más solitario del mundo; el más capito de todos los emocionales, el más vampírico de los cinéfilos. Tres décadas después de su muerte, la figura del joven escritor colombiano –autor de Que viva la música y director de la revista Ojo al Cine– vuelve a la escena cultural, esta vez de la mano de Alberto Fuguet.

Luego de una larga investigación y recopilación de material no ficcional escrito entre 1966 y 1977 –cartas y poemas inéditos, artículos sobre cine, y otros bonus tracks–, el escritor y cineasta chileno se propone reconstruir una historia que ya había sido narrada: la autobiografía de Andrés Caicedo.



“Caicedo on Caicedo”


A diferencia de El cuento de mi vida –el trabajo editorial realizado por su hermana, María Victoria Caicedo, en colaboración con Elvira Bonilla–, Mi cuerpo es una celda no posee intervenciones textuales ajenas a Andrés Caicedo. La voz de Alberto Fuguet aparece recién en un segundo apartado al que llama making off (cómo se hizo este libro). En esa sección Fuguet no sólo describe su experiencia con el material recopilado sino que además sugiere cómo leerlo: como una autobiografía o “confesiones a la San Agustín”, un libro de no ficción o un documental narrado (en primera persona) por un autor muerto hace treinta y un años. Narrar la vida de Andrés Caicedo a partir de sus textos no ficcionales es un recurso que en la dirección de Fuguet pronto se convirtió en la máxima que guiaría su trabajo: “este es el libro que Andrés quiso escribir”, operación que a su vez le permite afirmar que el resultado final de Mi cuerpo es una celda es una autobiografía.


Qué papel juega Alberto Fuguet en todo esto aparece claramente justificado en el mismo apartado: “No se me ocurre otra manera de entender mi proceso y mi lazo con Mi cuerpo es una celda, que el de un montajista que se encontró con mucho material y un director-guionista que ya no está. Lo bueno del caso es que me topé con unos productores que querían que respetara la visión del autor”. En esa sección que se niega a hacer de prólogo, Fuguet da testimonio de un proyecto pensado como “algo cinematográfico”, y de todas las posibilidades e imposibilidades ligadas a ese querer “hacer algo acerca de Caicedo”.



“Todo lo que está en el libro ha sido escrito por Caicedo”.


¿Qué es lo que tanto seduce de Caicedo?, ¿la muerte premeditada, una literatura programada?, ¿su cinefilia contagiosa?, ¿su cobardía paranoica? Son cuestiones que de algún modo interpelan a Alberto Fuguet. Pero detrás de estas preguntas (o más allá de las respuestas) hay otra más profunda, o al menos de mayor urgencia: ¿por qué recién hoy? “Aún me cuesta creer que supe de la existencia de Andrés Caicedo hace tan poco (…) ¿Dónde estaba yo? ¿Dónde estaban sus libros? En rigor: ¿dónde estaba él cuando más lo necesitaba?”


Una respuesta posible sería pensar que la obra de Andrés Caicedo no podría sino haber sido leída a la luz del giro testimonial, confesional y autorreferencial por el cual está siendo atravesada la literatura actual, y de ciertos tópicos que hoy más que nunca son tendencia en el campo de la crítica y del arte: “creyó en la crónica y en la no ficción, en el cine y en el yo, en el mito del poeta y el rockero que muere joven y que deja obra para contar”. Fuguet lo sugiere al referirse al escritor calenio como un “adelantado”.


Por otro lado, Fuguet no pierde de vista que Andrés Caicedo, antes de ser un adelantado, fue una persona muy precavida. Había programado su muerte tanto como el destino de sus producciones: “renuevo el género epistolar, en donde se puede encontrar, después de mi muerte, algo de lo mejor que he escrito. Antes de despedirse no sólo dejó varios números de su revista Ojo al Cine listos para publicar, sino además los manuscritos de ficción y copia carbón de las cartas que mandaba durante su estadía en Bogotá, Los Ángeles y Houston. Es el mismo Caicedo quien le sopla la idea a Fuguet.


Mi cuerpo es una celda es un libro que, sin lugar a dudas, hubiera encantado al Andrés escritor y cineasta. Tiene algo de vampírico ese permanecer siempre vivo, joven y maldito en la memoria de “unos pocos buenos amigos” o bajo la dirección y el montaje de los nuevos buenos críticos y lectores de su obra como es el caso de Alberto Fuguet.



Verónica Bonafina