17/6/08

Sobre Sale el espectro


Sale el espectro
Philip Roth
Mondadori, 2008.



Sale el espectro es la nueva novela de Philip Roth. Esto implica estar hablando de la ultima entrega a imprenta de uno de los candidatos más recurrentes al Nobel de Literatura, del único autor norteamericano vivo cuya obra está publicando la Library of America (en una suerte de consagración paradójica y definitiva: la institución estatal se apropia de la obra completa de un autor que todavía no la completó, y la declara, de modo poco solapado, patrimonio nacional); en definitiva: Sale el espectro es la ultima novela de un escritor que ya ha sido erigido a las cumbres de mito antes de la muerte canonizadora. No hay por qué sorprenderse. Estados Unidos es un país docto en ese arte de mitificar a las apuradas, de recubrir con bronce una obra que todavía está viva. Pensemos en J. D. Salinger, uno de los grandes escritores del siglo, que hace más de cuarenta años vive recluido en un pueblo norteamericano, quizás porque no lo pudo soportar.

El título original del libro, Exit Ghost, además de detentar una belleza que no se ha hecho eco en su traducción, remite en una proyección directa a un libro del mismo autor de 1979, The Ghost Writer (cuya azarosa traducción española fue La visita al maestro). En aquella novela fundante, Philip Roth aprendió muchas cosas. Aprendió, por ejemplo, a mezclar el humor con la tragedia, volviendo a su literatura un arte mestizo, de complejas texturas, clausurando en un solo movimiento la vasta etapa en las que las novelas de Roth eran o graciosas o terribles. A partir de The Ghost Writer, también, Philip Roth hizo más evidente un recurso que podríamos llamar el giro autobiográfico. Esto no implica, desde luego, que Roth se haya puesto a narrar exclusivamente su vida, sino mas bien que las experiencias de vida que históricamente poblaron sus relatos se volvieron más prístinas, menos retóricas. La aparición del alter-ego Nathan Zuckerman ayuda a sostener esta lectura, la vuelve menos endeble. Siempre es un poco peligrosa la lectura en clave autobiográfica, y habría que tomar algunos mínimos recaudos a la hora de establecer una relación directa entre lo vivido y lo escrito. Pero Roth ha demostrado en algunas de sus novelas ser un maestro en ese profundo engaño de lo literal, hecho con la base de un manejo sutil del verosímil y una idea bien propia de la honestidad brutal. Habría que hacer un inventario de los recursos narrativos por los cuáles un libro genera el espejismo aquel de que “esto lo vivió”. Algunos puntos cumbres de ese inventario serían: el uso de la primera persona, el hecho de que quien narra es un escritor, las referencias culturales y sociales del mundo en el que se desenvuelve el propio autor, las alusiones históricas y políticas que hacen que la ficción se toque muy de cerca con la realidad. La generación beat llevó esa ilusión a su estado más radical, al punto que muchos lectores salieron a la calle a vivir esa literatura; a hacer que la literatura, de verdad, cambie la vida.

La historia de Sale el espectro es, en líneas bien condensadas, la siguiente: Nathan Zuckerman lleva once años viviendo en un estado de reclusión, en una casa en los campos de Estados Unidos. Un día, por cuestiones médicas, se ve obligado a volver a Nueva York, la ciudad de su infancia, de su adolescencia, y de sus primeros coqueteos con la consagración literaria. La gran manzana le produce, en esta visita largamente dilatada, sensaciones mezcladas, ambiguas, que estallan todas de golpe. En un rapto de dudosa interpretación, decide responder a un aviso del diario y aceptar una casa de tres ambientes para quedarse un año en el pulmón de la gran ciudad. Entonces, claro, los viejos fantasmas empiezan a aflorar, salen los espectros: una mujer joven que lo seduce, un muchacho intrépido que está armando una biografía de quién fue su maestro, los viejos amores, etc etc. La trama es, en ese sentido, compleja. Quiero decir: la historia no en absoluto es lineal ni sencilla y las voces componen una suerte de amplia coralidad, un retrato extendido donde cabe todo. Y sin embargo, una cuerda invisible anuda ese caos, y esa cuerda es el propio narrador. Sale es espectro puede leerse, así, como una novela de la madurez narrativa. The Ghost Writer, el primer eslabón de la saga, era una novela sobre un chico de 23 años que iba a visitar al campo a su escritor más admirado con la tímida intención de aprender a escribir. Sale el espectro es, en cambio, la novela del escritor que ya aprendió a hacerlo, que ha tocado los riscos más altos de la madurez narrativa, y que puede darse el lujo entonces de hacer estallar el relato.

Sale el espectro es también una reflexión alrededor de la cuestión de la edad y, mas en concreto, alrededor del tema de la muerte. La novela anterior de Roth, Elegía, evidenciaba ya una realidad incontestable: Philip Roth le tiene miedo, terror a la muerte. Y sin embargo ese miedo, de tan excesivo, de tan rebasado, devino ya en un estado de resignación y estoica aceptación que le imprime a su literatura un nuevo y maravilloso vuelco. Eso se deja ver con claridad en Sale el espectro. Los largos monólogos encendidos, enardecidos, de una prosa que hierve, y que son la marca pasional de su literatura, gravitan en esta oportunidad en torno a la idea un final. El final de la vida, el fin de la integridad, el fin de la escritura. En este sentido, cada nueva novela del autor parece ser un modo de conjurar esa línea del horizonte que cada vez se ve de más cerca. Un modo de retrasar la llegada de la ilustre dama. Como si el concepto de posteridad y perdurabilidad que despunta de estas páginas se resumiera en la idea de que, en su transmutación literaria, cualquier materia de la experiencia vital, incluso la muerte, es materia digna. Una idea muy borgeana, por otra parte, si pensamos en el Borges que afirmaba que cualquier tragedia o desgracia que sirva para la literatura es, finalmente, una rara bendición.

En los dos libros de Roth que estamos leyendo casi en simultaneo, hay un escritor que no es el narrador, pero cuya impronta cala tan hondo como la del mismo Zuckerman. Su nombre es E. I. Lonoff, y sospecho que el modo en el que Roth ha diseñado el retrato del personaje no es en absoluto azaroso, y se trata más bien de una cifra de lo que Roth entiende como un escritor. O, en todo caso, un espejo deformado de sí mismo. Lonoff vive aislado, ajeno al ajetreo del mundo literario norteamericano. Lee sólo de modo esquivo y aislado el New York Times Review of Books (aparato canonizador si los hay), asiste a fiestas literarias cada muchos años, tira las cartas que le llegan sin dignarse a abrirlas, y parecería, en última instancia, desconocer el verdadero alcance de su fama. Todo eso ve el joven Zuckerman de 23 años que lo visita en el primer libro y, en un alucinante juego de espejos, todo eso parece encarnar el viejo Zuckerman que vuelve a Nueva York en el segundo libro. Sería un poco obvio y trillado hablar del tema del doble. Me parece, más bien, que lo que Roth ha intentado es trazar una suerte de genealogía de escritores (que lo incluye, claro) que escriben en un ida y vuelta con los aparatos de legitimación, con las palmadas en la espalda, con la engañosa consagración letrada. Lonoff y Zuckerman son escritores que le rehuyen de un modo casi psicótico al mundillo literario, como si se quisieran mantener impolutos ante ese fantasma que amenaza con erosionar su escritura y su libertad creativa. La autonomía más rabiosa, casi de trinchera. Y al mismo tiempo, claro, está la fascinación por el reconocimiento, llevada al extremo perverso en el que el escritor se reconoce a sí mismo, desde su neurosis, como un narrador superior. Lonoff y Zuckerman descreen pero se sienten grandes, perfectos. Son terriblemente vulnerables, profundamente humanos, y al mismo tiempo son de una frialdad escalofriante, como si la mejor literatura sólo pudiera ser escrita cuando se renuncia del todo a la vida.

Las dos novelas de Roth pueden leerse en cualquier orden. Yo leí primero Sale el espectro, y una semana después conseguí de pura casualidad La visita al maestro. A esta altura de las cosas, la literatura de Philip Roth es un mapa de caprichosas bifurcaciones, que admite todas las entradas posibles. Se pueden leer algunos de sus primeros relatos judeo-eróticos y pasar sin escalas a sus novelas políticas, de encarnecida denuncia universal. Se puede también aterrizar en esa zona de su literatura de la que muchos nunca volvimos: las novelas más introspectivas, personales y llenas de exabruptos, como Mi vida como hombre, Operación Shylock, Patrimonio, El teatro de Sabbath, Elegía, La visita al maestro y Sale el espectro. Todas muestran, invariablemente, una conciencia literaria finísima y salvaje, imposible de adjetivar. Y aquí me pongo sentencioso: Sale el espectro es una de las mejores novelas que leí en vida. Quizás todas estas líneas no sean más que una excusa para desembocar en esta última afirmación.


Mauro Libertella