19/11/10

A través del espejo




Osos
Diego Vecchio
Beatriz Viterbo
2010





LO MARAVILLOSO

Osos es un cuento de hadas hecho novela. Con este libro, Diego Vecchio recupera de manera actualizada la antigua tradición del relato maravilloso, del mismo modo que lo hicieron el film El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2002) o la novela gráfica Coraline (Neil Gaiman, 2002) y su posterior adaptación cinematográfica (Henry Selick, 2009). Del sistema clasificatorio propuesto por Tzvetan Todorov en su célebre Introducción a la literatura fantástica, la categoría que mejor funciona en este caso es la de “lo fantástico-maravilloso”, la cual corresponde a “la clase de relatos que se presentan como fantásticos y que terminan con la aceptación de lo sobrenatural”. Si bien al principio de Osos se puede percibir el uso de un registro realista, éste se ve inmediatamente quebrado. Indicio de este rompimiento es la desaparición de Oklahoma, el oso de Vladimir (el niño protagonista del relato): “Lo que ocurrió con aquel objeto fue un misterio que nunca logró elucidar”. De esta forma lo fantástico ingresa al relato, junto con la vacilación que genera ante la certeza o no de los hechos. Sin embargo, esta duda queda atrás rápidamente con el paso a lo maravilloso a partir del momento en que Otto, el oso de reemplazo que compra la madre a Vladimir, cobra vida y lo transporta al mundo sobrenatural: “Le hubiera gustado despertarse y decirse que todo había sido una mera pesadilla. Pero sabía perfectamente que no. Aquello que estaba viviendo, y que para colmo de males no podía dejar de vivir, no era un producto del sueño sino por el contrario de la falta de sueño. Sabía perfectamente que era imposible despertar”. Por otro lado, hay algo en el diálogo del niño con su juguete que recrea el origen de los relatos maravillosos: la tradición oral. Las historias que se cuentan para dormir no son nunca exclusivas de uno de ellos, sino más bien construcciones colectivas en las que cada uno aporta lo suyo.

CAPITALISMO Y ESQUIZOFRENIA

Estrella Gutiérrez, la madre de Vladimir, cae víctima del capitalismo en el momento en que su hijo comienza a padecer de insomnio. Ante este problema se dirige inmediatamente a la juguetería en busca de la solución, que se le presenta en forma de un oso de peluche. El juguete está presentado en este espacio como la herramienta perfecta y necesaria para la correcta crianza del niño, mientras oculta, a la vez, las contradicciones del mundo real: “¿Acaso la misión del juguete no es ésta: darle a nuestros niños una felicidad sin fallas?”. La oferta resulta efectiva en la medida en que le genera una urgencia por comprar que se ve respaldada por la interminable hilera de padres que se encuentran en su misma situación: “¡Pronto! Tal vez en este mismo instante, una madre está comprando el último oso de peluche Sueño feliz que nos queda (…) ¡No pierda más tiempo!”. De todos modos Estrella no encuentra lo que busca, pero sí se topa con el canasto de las ofertas, que la apresa inmediatamente, generando en ella nuevamente un vacío que antes no se encontraba allí: “Le resultó imposible refrenar el impulso de mirar. Siempre la pasaba lo mismo en la época de saldos. Aunque no tuviera nada que comprar, entraba en los bazares”. El problema de Vladimir (que en realidad es el problema de la madre) es su falta de sueño y esto es un conflicto generalizado en la novela, tan así que hasta el programa de televisión que mira Vladimir lo refiere: “En virtud del decreto N° 3987 por el cual los padres nos cedieron todos los derechos sobre el sueño de sus hijos, nos ocupamos de los niños que se portan mal y que no quieren irse a la cama. A propósito, ¿qué hacés levantado a esta hora?”. La insistencia sobre la necesidad de que los chicos duerman hace pensar en la función del sueño que, como la del tiempo, no es otra que marcar el ritmo del trabajo, obturando el espacio para el esparcimiento y la imaginación. Dormir de manera no regular no significó un problema hasta la contemporaneidad; después de todo, “el insomnio es una invención de nuestra época”.

AMA DE CASA DESESPERADA

Víctima de los medios y de un ataque de compras, Estrella Gutiérrez representa una figura de la madre inusual. Al contrario de aquellos relatos en los que la madre resulta idealizada hasta la exasperación, Estrella se nos muestra humanizada, más cerca de su condición de mujer, con sus debilidades a la vista. Desde su incapacidad para estar en todo lo que sucede en su hogar: “Aún no había comenzado a cocinar. Y, para colmo de males, se dio cuenta de que se había olvidado de hacer las compras”, hasta su agotamiento: “Cuando a una madre se le acaban las reservas de madrenalina, todos los resortes parecen rotos y toda la energía que mantiene al cuerpo en movimiento aniquilada”. Hay en ella algo de ama de casa desesperada y esto se ve reforzado por la soledad con que lleva a cabo su rol de sostén del hogar y de la familia.

INFANCIA

De la misma manera que en Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll y Peter Pan de James Barrie, puede leerse en Osos una confrontación entre el imaginario infantil y el de los adultos. A diferencia de este último, nulo por definición, el primero se encuentra potenciado todo el tiempo. Esto puede verse claramente en los juegos de niños, que representan el espacio de lo imaginario por antonomasia: “Te digo que es pimienta. Acabo de inventar un nuevo idioma, que comenzó a existir hace un minuto y dejará de existir dentro de un minuto. A lo que vos llamás sal, en mi idioma se dice pimienta. A ver si entendiste”. Sin embargo, el potencial imaginario se encuentra restringido por la presencia del adulto y esto puede verse en la percepción que tiene Estrella del juego de sus hijos: “Descubrió a Vladimir subido sobre la mesita ratona, blandiendo una regla, con una goma incrustada en la órbita ocular a la manera de un monóculo y a la manera de un sombrero, el cenicero de vidrio murano que le habían regalado para su casamiento”. Debido a su falta de imaginación, la madre queda fuera del juego y no consigue ver que las cosas han cambiado de valor y que eso ya no es un cenicero, sino un sombrero.

POR LA MADRIGUERA

A partir de la separación entre el mundo de los adultos y el de los niños, Osos permite ver lo que ocurre a puerta cerrada en cada uno de ellos, como en las ilustraciones de Chris Van Allsburg. Por un lado, Estrella Gutiérrez deja de ser una figura idealizada y recupera su dimensión más humana, inmersa en un mundo voraz y aplastante. Por el otro, Vladimir refuerza su imaginario y, una vez que su madre se queda dormida (como la hermana de Alicia y como todos los adultos), cae por la madriguera e ingresa a su propio país de las maravillas de la mano de Otto, el oso que compra su madre para lograr que se duerma. La brecha que se abre entre los dos mundos no se cierra en ningún momento y, al igual que en la mayoría de este tipo de relatos, la experiencia no puede ser compartida, algo que se le estipula a Vladimir ya desde antes de regresar: “Te voy a plantear una pregunta. Si tu respuesta es correcta, te dejo volver a tu casa, a condición de que no cuentes nada de lo que has visto”.

UN CUENTO DE OSOS

Hay una dimensión alegórica en Osos que tiene que ver con una acepción alternativa del término “oso”, aquella que refiere al hombre grande y peludo. Otto, en una de las fábulas que le narra a Vladimir, hace las referencias más directas a esto: “se produjo entre aquel humano y aquel animal algo verdaderamente increíble, inefable, irrepetible, irrefrenable, envidiable, deleitable y arrebatador, que cambiaría para siempre el rumbo de sus vidas” o “su padre intentó reconfortarlo, prometiéndole que irían a ver al osezno a su madriguera y que podría dormir con él, cuantas veces quisiera”. Vladimir, en su debilidad por estos juguetes y en su nostalgia por Oklahoma (ese oso que lo abandonó) puede ser visto como un cazador en potencia. Por último, hay otra referencia a la cultura gay en Osos que cobra aún más importancia en el contexto de los últimos acontecimientos: “La ciudad de Buenos Aires acababa de aprobar el matrimonio entre ranas. Confesó que ya estaba harta de ser una rana soltera. Desde hacía tiempo no veía la hora de ser una rana casada. Vivirían bajo un mismo texto, compartiendo tareas domésticas y pago de facturas. Adoptarían dos hermosos renacuajos. Y lo mejor de todo: trabajarían juntas en un mismo programa”.

Martín Villagarcía