29/1/10

Sobre Glaxo





Glaxo
Hernán Ronsino
EternaCadencia
2009




“Pueblo chico, infierno grande”; trillada frase si las hay para definir las intrigas que se tejen en los pueblos. A la luz de esta suerte de máxima, y lejos de cualquier estereotipo, la prosa de Ronsino embiste con maestría logrando una historia de tinte casi policial, con una mirada puesta en el detalle. La novela está dividida en cuatro partes: las voces de Vardemann, Bicho Souza, Miguelito Barrios y Folcada se suceden y retoman el clima y algunos personajes de La descomposición (Interzona, 2007). Esta dislocación estructural también se manifiesta en lo cronológico. El fragmento del peluquero Vardemann, que abre la novela, es de 1973; le sigue la voz del Bicho Souza en el año 1984, para continuar con la torturada voz de Miguelito, en 1966, y terminar con el demoledor capítulo de Folcada, en 1959. Este disloque temporal encuentra su plena justificación hacia el final de la novela, en donde descubrimos toda su fuerza cohesiva.


Como en La Descomposición (Interzona, 2007) la prosa surge precisa y a la vez elástica, en un clima de pueblo de provincia en donde se juega con la tensión entre lo dicho y lo no dicho. La red de intriga se mantiene hasta el final, con una música propia que por momentos remite al Wernicke de El agua y La Ribera. Si en La descomposición, el clima austero y masculino estaba delineado por la cacería, las armas, la preparación de un asado, en Glaxo se continúa en la peluquería de Vardemann, en las nucas raspadas con navaja, en la evocación de un western y de una guerra, en los obreros de la Glaxo, en el recuerdo de las piernas de esa mujer que gesta una traición silenciosa, irreparable. Hay algo que se intuye, algo terrible que late y que no se llega a saber hasta el último punto, en donde se entiende que cada fragmento es un eco de ese estallido. Cada voz, entonces, es una esquirla, el “recuerdo de un tajo, irremediable, en la tierra”. Así es como todo el clima contenido se resignifica y se entiende, por ejemplo, la locura de Miguelito, a quien desde el primer capítulo se lo ve como un personaje quebrado y sin remedio.


La falla en el basural de Suárez, ese error cometido por Folcada, es la aparente causa de su traslado al escenario de la novela. “…y por ese error estoy acá, en este pueblo de mierda”, insiste. El epígrafe de Operación Masacre podría leerse, entonces, como una suerte de plataforma de la historia, en donde, además del traslado físico de Folcada, existe otro traslado, como señaló Ronsino: el de un hecho político a los márgenes. Podrá verse, así, que aún en el margen, y en ese clima de tranquilidad aparente el desastre estalla, sólo que se deberá aprender (o no, según el personaje) a convivir con él.


“Un día dejan de pasar los trenes”, la oración que abre Glaxo podría servir para pensar en el peso que el tren tiene en la historia: supo traer a Folcada al pueblo, transportó a Miguelito y a la Negra Miranda a Buenos Aires, trajo de vuelta al Flaco Vardemann; ese tren, a fin de cuentas, es el “peligro” que lleva y trae, que comunica con el vértigo de la gran ciudad. En los dos primeros capítulos (en donde ya no funciona) aparece evocado: “las espaldas se sacuden como los vagones de un tren descarrilando”. La referencia a El último tren de Gun Hill también es correlato de la historia de Glaxo. Quedan las marcas de las vías, como cicatrices, como “heridas cerradas” que delinean sin piedad el recuerdo de cada uno de los personajes. Es tal vez esa evocación inaugural del Flaco Vardemann la que habla de que, aunque todo esté como esté, aunque todo ya haya pasado, en silencio, aunque todo parezca estar en esa “primitiva calma”, aquella viene siempre después del escalofrío.


Luciana Czudnowski