Sol artificial
J. P. Zooey
Paradiso
2009
Beatriz Sarlo, en su elogioso comentario a esta novela, se dedicó en esencia a analizar el nombre del autor, que parece ser un pseudónimo y esconder alusiones a la jotapé y a Salinger. Poco del peronismo y del genial autor se vislumbra en Sol artificial, salvo el peso obsesivo de las ideas y la alta calidad de su literatura. Pero desde ese cuasi anonimato el autor se confunde con el narrador y se interesa por crear un mundo propio, con una coherencia interna muy fuerte y muy fácil de leer (donde fácil debe ser entendido como divertido). Hay un intento, logrado, por construir un mundo futuro y distópico que toma elementos del mundo que todos conocemos y en el que Internet (o Bionet) juega un papel crucial. Estamos ante una ciencia ficción en el sentido en que la entienden los japoneses que se dedican a hacer un tipo particular de animé que consiste en poner la realidad virtual en primer plano, sin recurrir a máquinas más complejas que una PC y utilizando la www como metáfora del funcionamiento del universo y de lo real, como fin de un proceso evolutivo pero también como principio de otra cosa.
La novela empieza con una carta que el autor/narrador se ha escrito a sí mismo antes de ingresar en la Universidad y va alternando luego capítulos-ensayos con textos que toman la forma de entrevistas a personajes ficticios (del autor se dice en la solapa que “cursó periodismo en la UBA”) que nos dan perspectivas diversas de ese mundo que tanto tiene que ver con el nuestro, aunque sutilmente metamorfoseado. Así, por ejemplo, tenemos la “Entrevista a Umberto Matteo, inmigrante del futuro”, parodia de Hombre mirando al sudeste, donde se presenta a Bionet, que “no distorsiona ninguna realidad porque la realidad es Bionet”. Ya en la carta, de hecho, hay algunas fugaces menciones a la idea de una evolución hacia un mundo virtual y de máquinas, y acá la referencia insoslayable es Matrix. Se va exponiendo una suerte de teología sin dios y con apóstoles e histéricas, una especie de evangelio escrito por un demente que tiene, por cierto, las cosas bastante claras.
J. P. Zooey realiza además un estudio de las histéricas tan serio que causa una gracia indescriptible, mechado aquí y allá con referencias al mundo clásico y en el que incorpora como parte de la explicación tecnologías como el Messenger, el e-mail y los teléfonos celulares. Se dedica, además, a narrar el último paso de la evolución humana para presentarnos al hombre nuevo, el hombre líquido, que se contrapone al hombre de barro de la Biblia:
La navegación fue cosa de argonautas, de Colón y Barba Negra. Estos hombres de barro flotaban en barcos sobre el agua. Nadie navega en la actualidad. Un sitio, un libro digital, un video en YouTube, una universidad virtual están hechos de información, y son programables. El hombre de barro no fue programable sino modelable y disciplinable. Ahora el hombre líquido es una combinación de genes, de unidades de información que se pueden reemplazar, manipular, inseminar, en una palabra: programar. El cuerpo que es información no navega sobre información: es información en información. Océano y hombre son al fin una unidad autoprogramable.
Esos textos dan vueltas y vueltas en torno de algunas ideas realmente buenas y novedosas para incluir en el conjunto de la novela, a través de los breves capítulos que la componen, distintos aspectos de esa realidad nueva que se presenta a los ojos del lector, acostumbrado a leer en pantallas que iluminan como un sol artificial los días de nuestras vidas. Y el texto está lleno de esas pequeñas joyas, de geniales hallazgos que estaban ahí para que alguien por fin los viera, como este:
Fue 1980 un año revolucionario en la gastronomía humana, fue el año de la creación del PacMan. El PacMan educó a la humanidad mucho más que la escuela, las ciencias o el psicoanálisis. Frente a los terrores fantasmales y existenciales propios de un próximo cambio de medio ambiente, el PacMan enseñó que era necesario comer pastillas. Una tras otra y, cada tanto, una sana fruta. Pastillas mediante las cuales sería posible aniquilas los fantasmas, engulléndolos. Destruir al terror, con pastilla y pastilla, entre música electrónica. Los psicofármacos nacieron de una vez. Y las pastillas comunes que sumaban puntos serían otro tipo de equilibradores: vitaminas, excitantes, zinc, rejuvenecedores. Y luego, otro psicofármaco para los fantasmas. Hasta ganar una vida.
Programación de computadoras, Internet, realidad virtual, campos de concentración informáticos y de los otros, (r)evoluciones humanas, locura: ese es el cóctel que J. P. Zooey nos regala para que disfrutemos con la lectura de Sol artificial, con mucho de entretenimiento bien entendido que guarda, en el fondo, un contenido cargado de imágenes poderosas y señales por decodificar. La mezcla de géneros resiste bien el estilo de Zooey, que sabe condensar e ir al grano, amplificar y abstraer, con un manejo natural (o artístico, que es lo mismo) de los tiempos narrativos y de la estructura novelística.
Hernán Martignone