3/12/09

El artista como crítico




El tesoro de la lengua
Ariel Schettini
Entropía
2009




La obra invisible, subterránea, interminablemente heroica de Ariel Schettini como profesor de literatura en la Universidad de Buenos Aires empieza a tener un correlato visible: a los poemarios Estados Unidos (La marca, 1994) y La guerra civil (Norma, 2000, cuya última frase, en la contratapa, es, sugestivamente, “el tesoro de una época”), se agrega ahora El tesoro de la lengua, un extenso ensayo que se dice a sí mismo de distintas maneras: “Se trata de una antología (es excesivo o redundante decir ‘una antología razonada’) de los poemas más escuchados de la lengua española en Latinoamérica” (p.11); “Este libro es el proyecto de encontrarse con el poema en un instante de su evolución” (p.12); “Éste es el análisis de un canon literario” (p.17); “Este libro es, entonces, una crítica a esa formalidad” (p.18). La «Introducción» que dice todas estas cosas podría entonces estar al final del libro, incluida en el selecto corpus. Aunque probablemente todavía no haya sido recitada ni siquiera una vez, error que el futuro sin duda corregirá, cumple los requisitos básicos para pertenecer: se dice a sí misma y parece estar escrita en nosotros desde siempre.


Como en las aduanas europeas, en las que sólo hay que hablar del yo latinoamericano, el libro se pisa (o el yo se hace ubicuo): la historia latinoamericana del yo que leemos en el título pasa a ser, súbitamente, una historia del yo latinoamericano[i]; la antología que decía que sólo por exceso o redundancia podría definirse a sí misma como “razonada” se autodenomina como tal en la innumerada página 5; en la aparente cronología 1871 precede a 1826; la introducción es, según la contratapa, un prólogo; hay un poema de Bécquer.


Si hay un poema de Bécquer (tratándose de “los poemas más escuchados de la lengua española en Latinoamérica” no hay, estrictamente hablando, una excepción) es porque el yo latinoamericano es, dice el libro, doblemente otro: no sólo escribe en una lengua extranjera (fenómeno ya registrado en la historia de la poesía, y seguramente constitutivo de ella) sino que repite aquello que dicen los no latinoamericanos: el yo latinoamericano es dicho, en un primer momento al menos, por un andaluz. Esto nos dice que Yo, el tesoro de la lengua: una historia latinoamericana (el orden de los factores, hemos visto, no altera el producto) tiene los mismos problemas para constituirse que cualquiera que diga “yo”: ¿cuál es mi asunto? ¿Cuáles son mis límites? Etcétera, etcétera.


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El trabajo que hace Schettini sobre los poemas es, por un lado, el de mostrar que algo se repite en los famosos seis niveles (o que algo los liga): fonético, fonológico, morfológico, sintáctico, semántico y pragmático. Es notoria, en este sentido, la capacidad filológica[ii] (¿resistirá el campo intelectual argentino que se le adjudique una práctica filológica, o sería como introducir una gota de aire en un caudal sanguíneo?) que el libro respira, muestra y demuestra: al enfrentarse, por ejemplo, a «Llamado del deseoso», el poema de Lezama Lima, Schettini lleva a cabo un análisis chocante en su inteligencia. Ligar la primera oración (“Deseoso es aquel que huye de su madre.”) al Evangelio Según San Mateo (cuyo «Sermón de la montaña» comienza diciendo “Dichosos los pobres…”) lleva a Schettini a afirmar que “´Deseoso´ es ´dichoso´ dicho por un seseoso”. De allí al análisis fonético y fonológico (el análisis sonoro se legitima en el hecho de que estamos ante un llamado) hay solamente un paso: “todo el texto está construido como un juego (casi un trabalenguas) de aliteraciones fricativas de s, c y z”. Y el seseo es, en un poema que reza “Ay del que no marcha esa marcha donde la madre ya no le sigue, ay”, también una instancia semántica, una toma de distancia “con respecto a la autoridad de la lengua: la lengua madre” (p.213). Este “ascensor” por los niveles de la lengua (o, ya que hablamos de tesoro, esta “búsqueda”, esta Hispaniola) que busca la totalidad, la verdad, del poema, vuelve a aparecer claramente en el poema de Rubén Darío (“la sintaxis aparece en espejo, mostrando de qué se está hablando”) y en el de Alejandra Pizarnik, donde, más que señalar la mera existencia de la aliteración (“su sombra”, “mi nombre”), Schettini advierte que el poseedor resuena en lo poseído.


El otro lado del trabajo de Schettini está relacionado con el contexto del poema y con la invención de tradiciones. Si bien en la página 14 leemos que el proyecto del libro es “liberar al poema de todas sus ataduras: la historia, la sociedad, el espacio, la biografía, las escuelas, los movimientos y, por último, la lengua”, ya del primer poema, el de Sor Juana, se nos dice que “está escrito como rechazo a los términos del amor cortés, a su retórica y a su ideología” y que es contemporáneo a Las Meninas, de Velázquez. El análisis de «Mi secreto», de Amado Nervo, incluye una lista de los libros publicados entre 1912 (año en el que está fechado el poema) y 1914 en los que el secreto aparece como problema. Y de «Lo imprevisto», de Conrado Nalé Roxlo, se dice que “esta retórica del dominio de la situación, generada a partir de una voz que se muestra siempre como inferior, es uno de los rasgos más notables de la retórica modernista”.


En cuanto a la invención de tradiciones, se trata de una de las mayores destrezas de El tesoro de la lengua. Por momentos, la arbitraria reposición de ciertos objetos de la cultura no pasa de ser simpática (los vínculos entre Bécquer y Ashbery, entre Juana de Ibarborou y Marosa di Giorgio, entre Neruda y la tradición del haiku, poema japonés que debe ser situado en alguna estación del año[iii]). En algún que otro caso (por ejemplo cuando se afirma que “lo imprevisto”, como concepto nalé roxliano, podría estar junto a “lo imaginario” sartreano, “lo real” barthesiano o “lo siniestro” freudiano) el afán iconoclasta y desclasificatorio recuerda al Emporio celestial de conocimientos benévolos. Pero lo mejor llega como destello, como magia, cuando el encastre está ahí para potenciar el poema: la ya citada relación entre el Evangelio Según San Mateo y «Llamado del deseoso», la agudísima observación que opone a los protagonistas de «Voluntad de vivir manifestándose» y «Ante la ley» (en el poema de Arenas el hombre no sabe qué es la ley pero sabe que le atañe, mientras que en el relato de Kafka sucede exactamente lo opuesto), o cuando «La higuera» aparece íntimamente ligada a La Biblia. Schettini se transforma en lo que Walter Benjamin llamaba “dialéctico”: iza las palabras para transformarlas en conceptos. Con hojas de higuera se cubrieron Adán y Eva cuando llegó el momento de cubrirse, y desde allí (y desde entonces) es la higuera la que opera como diferenciadora sexual (“–¡Hoy a mí me dijeron hermosa!“)


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Exhalando una gracia contraria a la estupidez y la tristeza por igual, entre la pedagogía más descarnada (“Este tipo de estrofa se llama ´serventesio´”, “En esa sentencia, ´¡Poesía... eres tú!´, hay varias cosas importantes”), la afición por la biología (“el viento, agente privilegiado de la polinización, o sea, del intercambio reproductivo de las flores”, “el rocío es un nutriente químico fundamental para la vida del pasto”), una llaneza contundente (“Se llama literatura a una multiplicidad de prácticas muy diversas. Por eso es un objeto de estudio”, “Estos poemas no representan más que a sí mismos, porque fueron escritos”) y la pregunta constante por el género, El tesoro de la lengua es una mezcla de cálculo y ensueño, de método e intangibilidad, que imagina de nuevo cuáles son las reglas del arte porque sabe que ningún poeta canta porque deba cantar.


Alejandro Droznes




[i] “Estos poemas son apuntes para una historia del yo latinoamericano” (p.11).

[ii] Esta cualidad filológica es la que podría justificar que el epígrafe del libro sea un elogio de la (buena) vista y no, como podría esperarse, del habla o el oído.

[iii] Cabe señalar que el “tiritan”, que Schettini señala como indicador estacional, puede no estar determinado por el invierno sino por la impresión que genera la imagen de los astros atravesando la atmósfera.