Para hacer el amor en los parques, de Nicolás Casullo, ed. Altamira, Bs. As., 2006.
En la primer novela de Nicolás Casullo, recientemente reeditada, un grupo de jóvenes intelectuales universitarios de los años ´60 planea la edición de una revista literaria (la cual editan sin mucha repercusión) que, según palabras de sus protagonistas, tiene que salir “cueste lo que cueste”. Ésta representaba mucho más que una revista, era una toma de partido en una realidad que día a día se volvía más opresiva y limitadora de las libertades humanas. Así mismo, comenzaron dentro del grupo las dicotomías acerca del sentido o la intención de la revista y el momento histórico que se estaba viviendo; más exactamente, se cuestionaban sobre el papel que debía asumir el intelectual en la sociedad: ¿debía centrar su producción en el arte mismo o debía poner sus conocimientos al servicio de la sociedad o quizás debía olvidarse de sus estudios y prepararse para la revolución en pos de una sociedad mejor? ¿Habría que huir a París o habría que ir a hacer un “posgrado en revolución” a La Habana?
Promediando la historia, y mientras se van intercalando unos curiosos sucesos ocurridos en París en 1968 que nos revelan el interior del Mayo francés, surge la idea de filmar una película, la cual iba a estar subvencionada por “el loco”, un personaje en apariencia secundario pero con mucho peso propio. Esta filmación se va ir realizando no sin contratiempos y persecuciones. Imprevistamente (o no), al “loco” lo matan, matando, también, el sueño de la película. Mientras tanto, Pablo se va a París y Marcos se entrena para hacer la revolución. Terminando la obra con la vuelta de Pablo: Hasta aquí, a vuelo de pájaro, la historia.
Esta primera novela de Nicolás Casullo trasciende los límites del género literario, pudiendo ser leída además como un documento de época; de una época que queda plasmada a lo largo de toda la obra y que se refleja también en los inconvenientes que sufrió con su edición en noviembre de 1970. Este punto, el referente a los inconvenientes de su edición, no es menor, ya que Para hacer... fue prohibida por la dictadura militar encabezada por Onganía, acusándola de “inmoral” y “sediciosa”. De más está decir que fue requisada y desaparecida en su totalidad (esta censura fue levantada recién en 1984, bajo el gobierno de Alfonsín). Por este motivo, puede decirse que es, también, una novela autorreferencial –y, en gran medida, agorera–, ya que esa persecución se puede parangonar con la misma sufrida por Pablo, Marcos y cía. , ya sea por la revista, ya sea por la película; también, son los mismos motivos por los que mataron al “loco”; es decir, denuncia el mecanismo de un sistema opresivo y fascista que se asemeja al que les tocaba sufrir a los intelectuales de aquel entonces, entre los cuales se encontraba el joven Nicolás Casullo.
Además de la mención a la persecución política, son varios los puntos que contribuyen para tomar a esta novela como un testimonio de época: desnuda el estado de una decadencia nacional,así como también nos muestra el conflicto planteado por los intelectuales y sus “compromisos” sociales que se resumía en el dilema de dejar la palabra y pasar a la acción, además nos deja ver una época en la que estaba en boga la revolución sexual, también refleja ese sentimiento de rebelión y de no aceptación de las normas establecidas que preludiara nuestro Cordobazo, y por último, enseña cuáles eran las Mecas de los intelectuales según sus ideales: La Habana o París.
Si bien es cierta la importancia que tiene esta obra en tanto nos revela e interioriza en el mundo conflictivo y en la necesidad de cambios de fines de los años ´60, de ninguna manera sería justo verla solamente como un documento testimonial y de ese modo dejar de lado su valor literario, ya que encierra ciertos elementos interesantes –y otros no tanto, como se verá– para ser tenidos en cuenta. En primer lugar, se presenta un constante juego antitético durante toda la obra (Pablo-Marcos, París-Cuba, revolución-arte, etc.) que revela aquella dicotomía ya planteada entre los que defendían a rajatabla su condición de artistas y los que estaban a favor de la revolución armada, en contra de los cambios “pasivos intelectuales”.
Asimismo, el viaje a París en el ´68 se relaciona simétricamente con lo que pasaba en Buenos Aires; es decir, en ambos lugares se vivía una situación social confusa y en ambos lugares también el poder ejercía su fuerza de idéntica forma: reprimiendo y censurando, ora por ser latino, ora por ser intelectual, ora por ser revolucionario. Otro interesante juego que nos presenta el autor es la diferencia de estilo que practica según los diversos narradores. Por ejemplo, cuando se narra los sucesos en el París del ’68 se observa una narración clara, sin grandes afectaciones que presenten dificultades y trabas para el lector. Ahora bien, cuando el narrador pasa a ser Pablo –el defensor del arte, el que no comparte los ideales de los “revolucionarios”, el que tiene como “arma” su pluma– vemos cómo su narración se funde más en un juego estético que en la precisión y claridad de su relato.
Sin embargo, como bien remarca su autor en el prólogo de esta reedición, “el texto trabaja una pretenciosa tesitura literaria hija de restos neovanguardista”. Y ¿por qué “sin embargo”? Porque, más allá de lo que haga que la lectura de la obra no sea sencilla, estos “restos neovanguardistas” hacen que el lector se pierda en ella y que, una vez que se encuentra, se pregunte: ¿en favor de qué juega todo este divertimento literario-experimental neovanguardista? Obviamente, cumple una función, que, a mi entender, y más hoy a la distancia, va en detrimento de la obra, la cual hubiese salido más enriquecida sin tanto “experimento literario”. La función que cumplen estos restos neovanguardistas es, precisamente, la de darle a la obra su carácter de novela experimental o, más exactamente, su carácter de anti-novela. Desde ya, no se puede dejar de lado –ya que más bien es determinante– el contexto de producción de la obra, y esto abarca no sólo a las cuestiones sociales ya planteadas, sino también las cuestiones más específicamente literarias, me refiero a aquellas las relacionadas con el surgimiento del Boom latinoamericano. Una vez reconocido esto, se comprende la aparición de Para hacer el amor... y todos sus recursos de anti-novela (un lenguaje que gira en torno a sí mismo que pareciera deshacerse y deshacer la novela, frases u oraciones marcadamente agramaticales, párrafos que conforman una figura, etc.), entre otras cosas, como una forma de reacción a este Boom que en gran medida no fue más que un excelente sello marketinero. Esos experimentos que mencionamos le restan brillo a la obra y hacen que los pasajes en que el autor hace gala de su fluida narrativa –que bien ha pulido en sus posteriores novelas y más aún en su obra ensayística, la cual es una de las más destacadas de nuestra Argentina– pasen decididamente a un segundo plano. En fin, estoy convencido de que ésas serán las “páginas prescindibles” que el propio Casullo dice que tiene la obra.
Resumiendo, son varias las aristas que encierra esta novela; varios son, también, los puntos que esta reseña pasó por alto, por mencionar algunos: el acertado planteo que se hace sobre la angustia y desesperación del autor ante el hecho de no saber cómo continuar su novela, la idea del poder demiúrgico de la escritura o las relaciones –tácitas intertextualidades– con otros textos; por ejemplo, Rayuela o Los siete locos, entre otras cosas. Pero, más allá de todo lo expuesto, siempre es el lector quien tiene la última palabra y quien decide desde qué perspectiva mirar la obra; en este caso, es quien decide qué plano adquiere mayor relevancia en la novela: el relacionado con una obra literaria en sí misma, donde se pone en juego, con diferentes recursos, la figura de la anti-novela; o el plano que realza el valor de esta obra en tanto documento testimonial de una época. Más allá de las refutaciones que pueda tener mi parecer y de reconocer a esta novela sus valores literarios, me inclino a tomar a Para hacer el amor en los parques como un fiel testimonio de un momento histórico que, para bien en algunos y para mal de tantos –de aquellos que no queremos olvidar el pasado que nos constituye–, nunca pasará a vivir en las lúgubres regiones del olvido.
Mariano Rodríguez